La Estampida
Rubén Zatarain Mendoza*
Este no es un texto sobre chapulineo y ausencia de principios o congruencia en la militancia partidista, tampoco es un texto sobre ausencia de veracidad y lodo en las campañas, ni sobre montoneo, porrismo y correteo de todos contra uno entre partidos políticos.
Está es una colaboración más simple, refiere la mudanza injustificada y trasplante opaco de una obra de arte en la capital de Jalisco. Pone en palabras lo que muchos ojos de miradas silentes no olvidan.
En una de las plazas adyacentes al hospicio Cabañas, en el Jardín López Portillo, se encontraba el conjunto escultórico llamado La Estampida.
En el cuadrante de las calles: Cabañas, Dionisio Rodríguez, Vicente Guerrero y adyacente a uno de los flancos del edificio que ocupa el centro Cultural antes Hospicio Cabañas, se encuentra esta plaza donde se perpetró el despojo de su única obra de arte apenas quinceañera.
A principios de los ochenta, años de embellecimiento y construcción de la plaza Tapatía, quien esto escribe iniciaba cómo profesor rural de educación primaria y después de asesorías en la UPN, ocasionalmente solía contemplar las esculturas desde el descanso de una de las metálicas bancas, a la sombra de los tabachines que evocaban la no tan lejana infancia.
La capacidad de apreciación artística, aunque limitada en aquel momento, era suficiente para valorar el buen trabajo artístico de su autor, Jorge de la Peña (nacido en 1957), jalisciense oriundo de Guadalajara e ingeniero agrónomo zootecnista.
El artista, apasionado de los toros, criador de toros de Lidia, caballos de rejoneo, de formación como escultor, predominantemente autodidacta, llamó a su obra originalmente “Estatua de la Libertad”.
Las dificultades para representar de manera gráfica tan preciado valor en el liberalismo desde la revolución francesa o la guerra de secesión estadounidense.
La obra a base de Cobre, fue creada e inaugurada el 5 de febrero de 1982. La constituyen un conjunto de catorce caballos que de manera libre corren con energía, asumiendo su propia dirección y movimiento.
Según concepto, diseño y elaboración, representa la fundación de Guadalajara en 1542 y el escudo de armas otorgado.
Caballos, estampida, fundación, texto constitucional, raíces, memoria histórica viva, pensemos que el arte puede denominar nombres y significados no siempre explícitos.
Pasó el tiempo y sin evento de desinauguración este conjunto escultórico fue trasladado en 1997 al área de Jardines del Bosque en la confluencia de las avenidas López Mateos y Niños Héroes.
De una colonia pobre, golpeada en obra pública, sin capacidad de organización y defensa del patrimonio, a una colonia bien, donde habita otro perfil de observadores, punto cardinal dónde se acaricia por la gestión del gobierno municipal y se le embellece.
Del público de clase baja del área del jardín López Portillo, de los ojos no siempre educados de los transeúntes del área popular de San Juan de Dios al área de clase media alta de la colonia de Jardines del Bosque, un regalo para ellos.
Aunque la pieza cuando se elaboró iba a estar cerca de la escultura a Quetzalcóatl que emerge de la Plaza Tapatía, finalmente se instaló en el traspatio de la misma, igualmente digno.
¿De dónde salió el dinero para financiar la elaboración de “La Estampida”?, ¿por qué se cercenó de esa manera el entorno histórico y cultural de esa área del antiguo Hospicio Cabañas?, según El Universal (25-03-2020) los vecinos observaron como el sitio se transformó después del traslado en guardaescobas y mingitorio.
Eran años en los cuales, supuestamente, Jalisco estrenaba alternancia, se estrenaban gobiernos panistas en los niveles estatal y municipal de Guadalajara. Los aires blanquiazules soplaban y se enseñorean en la gestión del poder. Buenos para prohibir el uso de la minifalda, ricos en soberbia y pobres en ideas y compromiso con la historia, claros de la dimensión económica de la administración pública; gobiernos que siempre miraron de soslayo a los pobres.
Se continuaba una era interminable de socavón de las finanzas públicas y de licitaciones de obra pública sin pudor ni contraloría social.
La Guadalajara de medio milenio de vida de muchas maneras involuciona a la etapa colonial, a la visión ahistórica y al discurso mareador de lo nuevo.
En el ámbito de la conservación del patrimonio cultural, los panistas no destacaron evidentemente. Como muestra un botón. En 1997 la circunferencia dónde habitaba el conjunto escultórico de La Estampida quedó vacía y se convirtió en baño público.
Fue insostenible esa especie de huachicoleo de arte, una vez inaugurada propiedad de la gente del barrio de San Juan de Dios, aunque el artista mismo declarará que fue un cambio muy afortunado porque “Había un caballo tumbado y había estado caído por casi dos años”.
Una vez que se entrega al pueblo una obra artística ¿quién es responsable de su conservación?
Hoy, La Estampida, objeto decorativo perdió concepto, es icono de fotos de bodas y quinceañeras –reminiscencias aristocráticas– de flash para el populacho y de sueños que mueren en una pose.
La pieza permite también decir a Ismael del Toro, presidente municipal en licencia de Guadalajara, decir en un Twitter “Una de las esculturas que forman parte de la identidad de nuestra ciudad le da nombre a la glorieta en la que se encuentra: La Estampida, aunque entre los tapatíos es más conocida como la Glorieta de los Caballos”.
La alternancia en Jalisco, pobre en memoria histórica; formar parte del actual movimiento político que continúa la curva estatal de alternancia, pero que en lo sustantivo practica un sistema de gobierno alejado de la gente.
El valor del arte, el entorno urbano de los tapatíos, la privatización del espacio público, los estacionómetros, las ciclovías, la contraloría social necesaria.
Sin clarificar el origen del dinero con el que se financió, La Estampida se movió en 1997 para satisfacer el ego clasista de la gente bien, la transferencia de patrimonio con un criterio esteticista limitado y muy al estilo del Alcalde de Lagos, de tapar un hoyo abriendo otro hoyo.
El vacío en el jardín López Portillo, las lanzas en circunferencia –algunas molachas– que custodian la nada.
Los hoyos dejados en identidad y desconfianza por el traslado, las justificaciones racionales que no llegaron.
Los valores de ausencia de respeto y decoro de una clase política voraz que huye del compromiso de gobernar para todos.
Guadalajara como espacio geográfico para hacer carrera política, el vaciamiento de su progreso, jugar a los dados y cambiar de lugar la obra de arte subrepticiamente, obnubilar la mirada de sus habitantes con gritos de independencia, adornitos navideños y fútbol show de mala calidad.
Que bueno que los murales tan cercanos como el Hombre de Fuego de Orozco no son transportables.
Los Caballos y su icónico movimiento de velocidad y fuerza han sido tema de escultores y pintores, hay obras majestuosas cómo la estatua ecuestre del Morelos en el parque Morelos de Guadalajara, El Caballito en la ciudad de México o la figuras ecuestres de Napoleón Bonaparte en Francia.
En esa antigua plaza, espacio de reunión de visitantes y vendedores, espacio descanso para caminantes y clientes del mercado Libertad se desliza el tiempo.
Las miradas huidizas e indiferentes de quienes toman el fresco en los días del naciente mes, desconocedores los más del hecho referido, observan apenas el comedimiento del jardinero que jala mangueras al ritmo de la música de “Otro ladrillo en la pared” del grupo inglés Pink Floyd, en su pequeño radio portable.
Al cruce del puente peatonal el famoso mercado Libertad o de San Juan de Dios abre las puertas para ofrecer las mil mercaderías.
El mercado Libertad, que también perdió en la administración pasada su Jardín de niños en su parte alta. La Estampida de la planeación educativa y la discontinuidad.
Una ciudad sin orden ni continuidad en su concepto urbano y estético. La crisis cultural.
Estampida de principios en los post-ochentas.
La necesidad de una ciudadanía crítica reflexiva, participativa exigente comprometida y despierta.
*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. [email protected]
muy bonito