Aceptar el desafío
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Entré a la oficina de Frau K., al verla, deseé para mis adentros que ella NO fuera la maestra de idioma ruso. Era demasiado bella para concentrarme en aprender el alfabeto cirílico, además de las seis declinaciones y algunos cientos de vocablos de ese idioma. Sonrió con un “¡Pribiet!”, y simplemente ordenó con su dedo índice apuntando a un texto con ilustraciones: “chitái”, lo que sería mi primera lección de la forma directa de la comunicación en esa cultura. Entendí y obedecí, balbuceante, su úkase. Lo que rápidamente la llevó a diagnosticar mi menos que básico manejo del alfabeto cirílico.
En las semanas y meses siguientes aceptó el desafío de prepárame lo suficiente para que yo pudiera leer los letreros de las avenidas y las estaciones del metro de Moscú, consolidar mi promesa de no usar el inglés mientras estuviera de turista o de estudiante en Moscú, y comprender, medianamente, las expresiones de otras personas en los mercados, aulas y calles de Moscú y San Petersburgo. Mi manejo del ruso nunca fue tan bueno que no me sintiera obligado a pedirle, de vez en cuando, aclaraciones o traducciones en alemán, idioma del que acabé aprendiendo más giros y vocabulario gracias a sus explicaciones de las expresiones y gramática rusos.
Frau K. asumió el desafío de sacarme de mi zona de confort con el alfabeto latino y se propuso darme las habilidades para interactuar con mayor soltura en idioma ruso. Lo que implicó viajar a la frontera polaca en el tren alemán, escuchando y tratando de participar en diálogos con otros rusos que iban rumbo a Rusia, y luego planteó el desafío de arreglármelas para recibir el tren de regreso, en Frankfurt del Oder, para continuar la práctica. Su respuesta al desafío que yo le planteaba como estudiante me llevaría a aceptar, a mi vez, el desafío de cursar dos veranos de idioma ruso en San Petersburgo.
Desde aquella experiencia de leer un texto con mi escaso manejo del cirílico, agradezco que Frau K. se planteara un desafío que veo repetirse en muchos de mis estudiantes: muchos de ellos han sido tenaces en su proceso de lectura, escritura, interpretación de las realidades sociales, observaciones, planteamientos, preguntas y, con ello, plantean nuevos desafíos para la enseñanza de las asignaturas en sociología.
Los docentes nos encontramos con la necesidad de responder a una pregunta básica ¿cómo hacer que una persona novata en un idioma, una cultura, una disciplina, una asignatura, una práctica, una relación, sea capaz de aprender los intríngulis que se requieren para manejar todo eso sin perderse en el espacio, en el tiempo, en las abstracciones o en las casuísticas? Básicamente, se trata de enseñar la habilidad de aprender y, de paso, de entender que cada dificultad que enfrentamos, como docentes, o como estudiantes, representa un reto que podemos aceptar o rechazar. Si lo aceptamos, es probable que salgamos airosos, tras algunos traspiés y varios errores, y logremos pasar al siguiente nivel de la disciplina o área que deseamos manejar. El riesgo de no aprender se da, principalmente, en negarnos a aceptar los desafíos que nos plantea nuestra profesión y los estudiantes a los que intentamos iniciar en ella.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]