Las otras adicciones
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
En una serie de dibujos de Joaquín Lavado (Quino), la niña Mafalda expresa su deseo de que en casa haya un televisor. Lo que angustia a sus progenitores durante varias tiras en la que se describe el proceso que desemboca en que la televisión llega a su departamento. La historieta continúa y en una de las secuencias la madre se acerca a Mafalda mientras ella ve la televisión y se olvida decirle lo que iba a comunicarle. Simplemente se sienta junto a ella. Llega luego el padre con la preocupación de que su esposa e hija están viendo el aparato que tanto les angustió y acaba sentado, contemplando también la pantalla. Los tres han caído en la costumbre que tanto temían.
En una conferencia reciente en la Ciudad de México, el antropólogo francés Marc Augé señala que la televisión y la computadora han sustituido al hogar (el fuego en torno al cual se reunían los miembros del clan) y aseguran que cada individuo esté en comunicación con un mundo lejano y en escaso contacto con las personas que tiene a su alrededor. Augé señala que “La instrucción es el único medio para hacer un buen uso de la tecnología y comprender la información que se nos brinda. Nuestra tarea es hacer que los medios de comunicación sigan siendo eso, medios, y no fines en sí mismos”. Lo que llama la atención hacia la posibilidad de que la escuela ayude a los miembros de la sociedad a evitar el uso desmedido de aparatos que están en la casa. Faltaría mencionar, empero que, al igual que los padres de Mafalda, somos los demás miembros de la familia los que hemos promovido y permitido la adicción a las pantallas en nuestros entornos, al caer también en el hábito de utilizarlas todo el día y en cualquier situación.
En una sociedad que privilegia la productividad, el uso de esos aparatos, aunados a la pantalla del celular, sonaría contradictorio, pues quita tiempo para trabajar, aunque simultáneamente a muchas personas les evita trasladarse para conseguir información o les permite comunicarse para realizar acuerdos o planear otras actividades. Parecería que la adicción está asociada también con la sensación de resolver problemas, de “hacer algo” importante. Por lo que en muchas personas se asocia a los hábitos de trabajar o informarse más allá de los horarios de trabajo oficiales. Nos preocupamos por estar conectados e informados porque es parte de nuestra obligación, que se convierte en incomodidad en cuanto nos sentimos desconectados del mundo. Nos hemos vuelto adictos a trabajar (o sentir o fingir que trabajamos) a la vez que a la información de distintos grados de trascendencia.
Terminamos por ser ejemplo para nuestros hijos y estudiantes: tenemos la sensación de que es tan importante lo que está y lo que le seguirá en la pantalla, que hemos reducido los contactos directos con nuestros estudiantes y hasta con nuestros propios hijos. Quienes, a su vez, nos postergan para otro momento pues ven en nosotros la muestra de lo que ellos pueden e incluso consideran que deben hacer para ser parte de esta sociedad. No somos ya solo adictos al trabajo, sino a los instrumentos de éste. He sabido casos de personas que llegan a tener no solo un televisor en cada habitación de su casa, sino que utilizan varias computadoras para su trabajo (una de escritorio, varias portátiles) y que incluso cargan en sus bolsillos dos o tres aparatos celulares.
Los proveedores de internet, “datos”, cable y servicios telefónicos están felices por nuestras adicciones, que les producen enormes dividendos. De los más de setenta millones con acceso a internet en México, el 90% se conecta a éste a través del celular. Lo que implica una enorme derrama que va directa a los bolsillos de los proveedores, a los que bien podría aplicárseles también el término de “dealers”. De la misma manera en que los distribuidores de “drogas recreativas” se llenan los bolsillos con las adicciones de quienes desean huir de la realidad sin la mediación de pantallas.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]