Un sistema perverso: docencia, investigación y precariedad
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
La educación en nuestro país está dividida y subdividida. No sólo en grados, sino en niveles, en categorías y en clases. Así que no sorprende que también se subdivida en tareas, méritos, áreas, recursos, partidos y uniones. Paradójicamente, las divisiones se multiplican.
Ante los logros sindicales, distintos sectores de la educación han logrado algunos aumentos salariales para compensar sus condiciones laborales. Se han logrado plazas vitalicias y, en algunos casos, hasta hereditarias. Distintos niveles y distintas instituciones se han diferenciado aun más y existen algunos niveles de algunas instituciones menos dotados que otros. Hay educación de élite y educación popular. Educación de alta calidad y educación de escasa calidad (o lo que se alcance a lograr).
En el ámbito de la educación superior se han creado categorías de retribución que se han añadido a las categorías de Titular, Auxiliar y Asociado, cada una con letras A, B y C. Prácticamente cada empleado es una categoría, pues la antigüedad, la institución, las tareas de cada uno de los docentes y de los investigadores son diferentes y éstas se convierten en parte del cálculo de los ingresos.
A estas categorizaciones de trabajadores académicos se añaden al menos dos sistemas de retribución, por no mencionar las complejidades de quienes son académicos y a la vez funcionarios. Por una parte, está el Sistema Nacional de Investigadores. Por la otra, el Programa de Estímulos al Desempeño Docente. La distinción parecería clara: unos investigan y otros enseñan. Aunque en realidad quien investiga suele impartir cursos y tiene la obligación de hacerlo, y quien da clase debe/puede/es deseable que también investigue y escriba reportes de sus hallazgos.
Aun cuando los contratos especifican que los académicos pertenecen a una determinada categoría, sus méritos en la vida cotidiana, según especifican ese Sistema y ese Programa, se evalúan y se convierten en razón para percibir un bono mensual diferenciado durante cuatro años (para el caso del Sistema, conocido como SNI) o durante un año (para el caso del Programa, conocido como PROESDE). Quienes reciben el bono durante cuatro años se clasifican en cinco categorías; quienes reciben el bono durante un año se clasifican en nueve categorías.
Esta complejidad de los sistemas de retribución implica que esos bonos mensuales no se convierten en parte de las percepciones de los académicos tras su jubilación. Para estos fines se calcula únicamente el salario mensual según la categoría alcanzada. Y para los docentes por asignatura esa jubilación se convierte en nula. La escasa paga por hora de clase impartida (unos cinco dólares por hora en la Universidad de Guadalajara) se convierte en acicate para que quienes viven de la academia se esfuercen por lograr un nombramiento de mayor categoría (para ascender se requiere responder a una convocatoria que puede tomar décadas en aparecer) y luchen por los bonos que no son parte del sueldo, aunque sí son contables en términos fiscales.
De tal modo, la precariedad y la inseguridad se convierten en ocasión de competencia entre académicos, incluso de rebatinga, de conflicto y de regateo. Procesos que toman energías y tiempo de los académicos en vez de que los dediquen a… realizar sus tareas académicas.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]