Ππ + kk
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Hubo una época en la navegación marítima en que los galeones fueron impulsados por esclavos que remaban para complementar la fuerza de los vientos. El olor a ππ y kk que despedían los galeones era perceptible antes de ser visibles los navíos. Las personas en los puertos comenzaban sus preparativos para intercambiar posibles mercancías mucho antes de que la imagen de los navíos aparecieran en el horizonte. Los textos que describen la vida en aquellas grandes embarcaciones apuntan: “Comer en público iba seguido, ya que la fisiología manda, de evacuar en público. A proa había un enrejado para que la marinería regalara a la mar sus productos de desecho intestinal y vesical. Los oficiales tenían letrinas a popa” (https://revistas.proeditio.com/jonnpr/article/view/3433/HTML3433). Una referencia a la época señala: “Fray Antonio de Guevara escribió: «Todo pasajero que quisiere purgar el vientre y hacer algo de su persona, le es forzoso de ir a las letrinas de proa o arrimarse a una ballestera, y lo que sin vergüenza no se puede decir, ni mucho menos hacer tan públicamente, le han de ver todos asentado en la necesaria como le vieron comer en la mesa» (Marcelino González: https://armada.defensa.gob.es/archivo/mardigitalrevistas/cuadernosihcn/82cuaderno/cap03.pdf). De aquella época es aquel poema que muchos de nosotros en América latina conocimos en la escuela primaria, “Un velero Bergantín”, de Espronceda (https://www.poesi.as/jepl0010.htm).
De tiempos más recientes es la observación de cómo el nivel de heces de caballo en las calles de Nueva York se convertía en un serio y apestoso obstáculo para pasar de una parte a otra de la ciudad. Un funcionario encargado de las cuadrillas de trabajadores que trabajaban de sol a sol para retirar esos desechos de los animales de tiro ideó que estos debían llevar uniformes blancos desde tobillo hasta cuello. Cuando las heces equinas fueron reemplazadas por la presencia del humo de los coches, éste resultó ser una molestia mínima.
A pesar del dicho que señala que “si tu pueblo huele a kk debes estar feliz, pues significa que pronto será rico”, muy rara vez se discute en público acerca de la ππ y la kk; pocas veces se presenta en los argumentos de libros o películas y se trata de dos excreciones de las que los ancestros se aseguran que sus vástagos aprendan pronto a controlar y a ocultarse para expulsar. De ππ y kk se habla poco en la charla formal, pero se hace referencia a ellas en bromas, expresiones despectivas e insultos. En distintos idiomas se utiliza la kk como expresión de frustración o como insulto (Scheisse, merde, bullshit, chickenshit, you piece of crap). En tiempos recientes, al presidente de México, algunos de sus detractores lo denominan “el kk’s”, tras él descalificar a los políticos corruptos con la expresión “¡fuchi, kk!” en un acto público (aquí: https://www.youtube.com/watch?v=5QzshrEKzzY).
Una persona produce cerca de cuatro toneladas de excrementos a lo largo de su vida; la humanidad genera alrededor de 300 millones de toneladas de heces cada año. Lo que significa que ππ y kk se convierten en un enorme problema por más que hagamos por ocultarlas. Cada persona evacua unos 150 gramos en cada ocasión; es decir cuatro kilos y medio al mes y poco más de cincuenta kilos de kk al año. Por otra parte, cada persona procesa entre uno y dos litros diarios de orina. Además de la sangre y la saliva, la orina y las heces suelen ser objeto de análisis en laboratorio para identificar sustancias en exceso o en falta en el organismo.
Tuvieron que pasar siglos para asociar al fecalismo al aire libre con los “humores” causantes de enfermedades, aunque los sistemas de drenaje en las ciudades datan probablemente de tres mil años antes de Cristo (https://pcqro.com.mx/recomendaciones/historia-del-drenaje/). Por otra parte, hay quien considera que tomar o untarse orina puede ser saludable, mientras que eso de “comer kk” (consciente o inconscientemente) suele derivar en enfermedades digestivas graves o fatales, según la dosis ingerida. La contaminación de aire y agua por las heces de humanos y de mascotas sigue siendo un problema vigente en las ciudades del siglo XXI. En el mundo, buena parte de la contaminación de las fuentes de agua potable y de las aguas marítimas se debe a los desechos urbanos.
Aun cuando las heces y orina de los humanos están relativamente controladas, perros y gatos siguen contaminando espacios privados y públicos. Tanto las micciones como el fecalismo al aire libre de perros y gatos transmiten bacterias que provocan padecimientos como parasitosis, giardiasis, salmonelosis, leptospirosis y toxoplasmosis. (https://www.chilango.com/noticias/reportajes/orina-de-animales-domesticos/). Además, según cálculos recientes, la población mundial de perros supera los 700 millones; el 75% está constituido por perros errantes que escapan a la supervisión humana. En el Área Metropolitana de Guadalajara se estima que hay entre tres y cuatro millones de perros (nota de 2019: https://www.milenio.com/politica/comunidad/la-mayoria-de-los-perros-que-hay-en-el-amg-viven-en-la-calle). A cada uno de esos perros (y a algunos gatos) muchos vecinos los ven como “nuestros”, porque, siendo habitante del barrio, como afirma Alberto Cortés (https://www.youtube.com/watch?v=gjDTZACsN8s) son “nuestro y de la calle que lo vio nacer” y en la que pocos controlan sus heces y orina. Libres como el viento resultan tres cuartas partes de los pobladores caninos del planeta.
Además de las heces, enfermedades como la rabia se asocian con perros, gatos, ardillas, ratas y ratones que habitan en el campo y las ciudades. Desafortunadamente, a pesar de la existencia de las escuelas para mascotas y para entrenar a sus propietarios en su manejo, no siempre es posible controlar sus excreciones. Hay quien señala las ventajas en la salud mental y social entre los humanos de convivir con mascotas, especialmente en niños y en ancianos, aunque no siempre se menciona el “pequeño detalle” de que las mascotas producen también sus dosis diarias de excreciones, que no siempre pueden ser adecuada u oportunamente controladas. Especialmente la ππ es casi imposible de evitar que quede en espacios como jardines, banquetas, calles, parques, patios e incluso en áreas de convivencia y alimentación. ¿Qué tanto los dueños de mascotas se aseguran de evitar la contaminación provocada por animales que sacan cotidianamente de sus casas al espacio público precisamente para que expulsen ahí sus excreciones en vez de hacerlo en sus espacios privados? ¿Cuántas de las excreciones de perros y gatos sin supervisión permanecen en nuestros barrios?
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com