De soslayo

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Quinientos comentarios después de mi primera colaboración con la revista Educ@rnos, quiero agradecer a Jaime Navarro Saras el haberme invitado a colaborar con temas de educación. Tras haber mandado mi primera columna quedé con la inquietud de si me sería posible plantear un segundo o un tercer tema para las siguientes semanas. Calculé que mi colaboración con la revista podría llegar a un mes en total, dado mi escaso conocimiento de los temas que se discuten en las escuelas de educación, o en las escuelas Normales, en los cursos de pedagogía o en los talleres de didáctica. Agradezco también a Jaime la paciencia de incluir mis comentarios a lo largo de estos casi diez años de semanas. Aunque faltan todavía veinte de esas colaboraciones para que mi participación se extienda una década. Y todavía tengo la inquietud de si seré capaz de encontrar un par de temas que se acerquen a las experiencias de aprender y de enseñar. Durante algún tiempo colaboré con alguna de las columnas escritas a lo largo del mes en el programa “Polifónica”, en Radio Universidad de Guadalajara. Ello gracias a la invitación de Cecilia Fernández, quien ha sido la productora de varias series temáticas de programas que hemos englobado bajo el nombre genérico de “Diálogos Académicos en la Universidad de Guadalajara” y quien, generosamente, me propuso que convirtiera en una breve cápsula sonora algunos de mis textos que suelen aparecer en la revista que edita muy tenazmente Jaime Navarro. A esa “sección” de colaborador en el programa de Cecilia Fernández decidí titular “De soslayo”, pues es como he encontrado los temas de lo que se ha convertido en una disciplina semanal. Mientras menos me concentro en pensar qué sucede en mi entorno que esté relacionado con el aprendizaje y la educación, más temas veo que refieren a las maneras en que comprendemos, problematizamos, criticamos o quisiéramos “desaprender” algo que nos sirvió por algún tiempo. De ahí que la mirada de soslayo, mientras realizo otras actividades, como escuchar los problemas de investigación o de reflexión de mis estudiantes en las licenciaturas en sociología, en psicología social, en desarrollo humano, o en posgrados diversos, o como simplemente ver de qué manera los humanos conservamos hábitos, rutinas y planteamientos que intentamos que nos ayuden a resolver los problemas mediatos o urgentes de nuestros entornos.

He recurrido a varias historias, sugerencias, ideas, inquietudes, frases y preocupaciones de los estudiantes que han asistido a mis cursos, pero también he aprovechado las enseñanzas de mis vecinos, mis parientes, mis colegas, porciones de los noticieros formales y de los chismes de pasillo actuales y del pasado. En muchos de esos elementos he intentado resaltar cómo aprendemos o planteamos problemas que después nos plantean la necesidad de encontrar soluciones a situaciones para las que hemos de aprender alguna habilidad o, al menos, a ver desde otra perspectiva que contrasta con nuestra vista al llegar por primera vez a esas situaciones. Tanto en el aula, como en los diálogos con mis amigos, mis hijos y ancestros, al caminar, manejar en coche o pedalear en bicicleta, he observado de soslayo ocasiones de aprendizaje que quizá no habría detectado de no haber aceptado el reto que me planteó Jaime Navarro con su invitación y que Cecilia Fernández ayudó a que tuviera en la memoria durante buena parte de la semana.

Uno de los temas en que he insistido es el de la necesidad de aprender continuamente, no sólo dentro del aula, sino fuera de ella. La educación formal en realidad constituye un ámbito reducido, aunque quisiéramos acelerar, para aprender habilidades que nos servirán para aprender más, para la escuela, pero también para relacionarnos con los demás y resolver otros problemas. Aun cuando no soy un filósofo profesional, reconozco que es desde el planteamiento de preguntas a partir de situaciones que nos inquietan, como nos activamos para aprender categorías, actividades, estrategias, normativas, regularidades, formas de percibir y de relacionarnos. Así que no aprendemos ni enseñamos, ni modelamos para otros únicamente en las aulas, sino, mucho más frecuente e intensamente en otras situaciones fuera de las aulas. La búsqueda de respuestas y de alternativas posibles es parte de ese aprendizaje y de la manera en que podemos percibir distintas aristas de una realidad que nos interpela constantemente, aun cuando a veces nos hagamos los disimulados y queremos suponer que no hay nada más que aprender en determinadas situaciones.

En general, he procurado señalar de dónde provienen las ideas de mis comentarios. En muchos de los casos he partido de alguna idea que percibo en un diálogo, en un libro, en una experiencia, en una observación, en la relación entre objetos, entre personas o entre objetos y personas. Suelo buscar analogías para los acontecimientos en las escuelas en otras partes del mundo, en las aulas en las que estoy presente o en las que observo, por videos, noticias o fotografías, determinadas oportunidades (aprovechadas o desperdiciadas) de aprendizaje. En la elaboración de mis argumentos suelo buscar referencias que complemente con mayor información los puntos que intento ilustrar… o que ofrezcan perspectivas contrarias a lo que yo tiendo a creer que es la manera más directa y efectiva de aprendizaje. Quizá he abusado de las posibilidades de los hipertextos y en algunas ocasiones he llenado de demasiadas ligas a páginas de internet, aunque la idea es que quienes lean los textos puedan ampliar los datos relacionados con cada tema.

Como docente, lector y (relativo) expositor profesional, agradezco la invitación de Jaime y la paciencia de mis (dos) lectoras. Una de esas lectoras me preguntó qué me motiva a seguir con mis textos y, siendo sincero, le respondí que las quejas que ella me hace llegar acerca de contextos institucionales, sean explícitamente educativos o no. Pero, independientemente de la cantidad de quienes han leído algunos de estos primeros 500 textos, es de agradecer la atención y la crítica que han expresado, a veces a mí directamente, a veces en los comentarios de la página web. Habrán notado quienes hayan leído algunos de esos textos, que mi actitud no es de mucha fe a la humanidad, y menos hacia los políticos. Estoy convencido de que como individuos y como especie todos somos muy ignorantes y de muy lento aprendizaje. Además, los humanos somos culpables de prestar poca atención a muchas de los acontecimientos a nuestro alrededor, de enterarnos poco de las razones para los conflictos o los problemas, y tendemos a acudir a “heurísticas” para dar la apariencia de solución a determinados problemas. Tendemos a considerar que es buena determinada acción específica por provenir de alguien quien calificamos en determinadas categoría, al igual que tendemos a prejuzgar que determinadas acciones, normas, instituciones, prácticas o sanciones son las adecuadas sólo porque así se han realizado durante siglos.

Unas pocas horas antes de redactar este texto específico, escuché un video añoso de una política en donde ésta expresa desde una tribuna que había tenido que pagar 20 mil pesos para agilizar un juicio. Ante los gritos de su audiencia de “¡corrupta!”, su respuesta fue que se quejaban porque ellos “son ignorantes porque no saben del procedimiento”. De algún modo, este ejemplo sintetiza la manera en que aprendemos los humanos, consistente en aprender una parte de los procedimientos e ignorar (o pretender que no es relevante) el resto de los factores que operan en determinadas situaciones. Nuestro “reduccionismo” y nuestra estrechez de miras han sido objeto de más de alguno de mis comentarios. La política aprendió cómo resolver el problema, aunque no aprendió mucho de ética ni de respeto por las normas jurídicas. Hasta ahí buena parte del argumento de mis comentarios: algo hemos de hacer, en el aula, en nuestra relación con nuestros amigos, familiares y vecinos, en las calles, en los viajes, para aprender más y con mayor profundidad y no dejar de señalar que siempre hay lecciones, moralejas, errores y diferentes formas de plantear las distintas situaciones con las que nos enfrentamos como especie o como individuos. A veces las vemos como disyuntivas, aunque es probable que no percibamos que hay una lista larga de alternativas para construir y para resolver (o renunciar a resolver) los problemas y situaciones que enfrentamos dentro y fuera de las escuelas (aquí el video de marras:https://www.youtube.com/watch?v=ry5asWAwt0E).

El nombre de la revista ofrece también un pretexto para la reflexión en torno al aprendizaje: ¿cómo educar a otros? (cuestión que el filósofo Fernando Savater -nacido en 1947- sintetiza como “el valor de educar”) y también ¿cómo educarnos? En cuanto verbo reflexivo referido a quienes realizan la acción, que se convierte también en actividad de reflexión-razonamiento para hacer explícitos los mecanismos y las estrategias que nos ayudan a aprender y a la vez a ser mejores en la práctica de la docencia, misma que es, a mi entender, la de estimular y no inhibir el aprendizaje y la reflexión en otros. Ciertamente, me declaro muy de acuerdo con Vygotski en el sentido de que la zona próxima de aprendizaje requiere de estimulación social. Lo he observado incluso en un pequeño cachorro que le regalaron a uno de mis hijos: tras varios días de vivir con nosotros lo sacamos al parque cercano con correa; ahí coincidió con otros perros que levantaban la pata al orinar y, por primera vez, imitó esa actitud en vez de simplemente abrir las patas traseras. No sólo podemos aprender nosotros, sino que aprendemos de las maneras y las estrategias que ayudan a aprender a otros. Quienes tenemos dificultades para aprender determinadas habilidades o especialidades tenemos muy claro que otras personas tienen también algunas inclinaciones y se declaran hasta “negados” para determinadas materias, sean lingüísticas, corporales, de cálculo, de organización o de cooperación. De algún modo, mi comentario semanal se ha enriquecido de este reconocimiento de las diferencias en los estilos, niveles y permanencia de los aprendizajes.

Agradezco a las (dos) lectoras que se atreven a enfrentar mis retos simplones y especialmente agradezco al editor de esta revista por la oportunidad de la disciplina de reflexionar y escribir fuera de los otros contextos del trabajo académico en que he tenido el placer y el honor de participar. Aunque mi amigo Pablo Morales responde “no amenaces” cuando expreso mi deseo de vivir largos años, sí confío en que mi pérdida de vocabulario y movilidad no lleguen tan pronto. Ojalá los diablos y los dioses, además de las tecnologías de la comunicación, me permitan completar al menos el millar de colaboraciones que me han servido de pretexto para reflexionar sobre el aprendizaje, la enseñanza y los contextos formales e informales en que los humanos practicamos esas habilidades.

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Carmen Anaya
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    Felicidades estimado Rodolfo por esta iniciativa.
    un gran gusto tener a colegas de RIFREM en el Centro Universitario de la Costa, de nuestra Universidad de Guadalajara.

  • Natalia Agnesi
    Responder

    Muchas felicidades Rodolfo y bienvenidas otras 500 publicaciones más para complejizar la aparente simplicidad de la cotidianidad.

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