De batidillos vertiginosos

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Los recientes debates entre candidatos a las presidencias de México y de EEUU nos han dejado algunas enseñanzas que remiten a los aprendizajes que DEBERÍAMOS cultivar en nuestras aulas e instituciones para mejorar la comunicación y lograr acuerdos más claros y explícitos en nuestros barrios, aulas, familias, tanto en las interacciones cotidianas como en las presentaciones periódicas como informes de políticos, funcionarios, presidentes de la asociación de colonos o representantes estudiantiles, sindicales o juntas de docentes.

Tanto en los debates recientes en México para ocupar distintos cargos de elección popular como en los debates que se han suscitado en otros países, pudimos observar que también hay “golpes bajos” en la práctica de la retórica, es decir, en las artimañas, estrategias y otras expresiones que acompañan a las expresiones verbales para la defensa de una propuesta de proyecto o de persona para los puestos de gobierno. En contra de las reglas del diálogo “civilizado y racional”, se presentaron varias instancias de “atajos” para convencer a los votantes de conservar o de alterar sus preferencias. Podríamos enumerar los objetivos de los debates entre candidatos en una elección democrática de la siguiente manera:

 

  1. Si ya pensabas votar por mí, te doy ahora más razones para acudir a la casilla;
  2. Si no estabas decidido a quién darle tu voto, te ofrezco algunos argumentos para justificar que lo emitas a favor de mi propuesta;
  3. Si pensabas votar por mi contrincante, te ofrezco razones para que desprecies ese proyecto o ese personaje que se presenta como candidato a ocupar ese cargo.

 

De tal modo que los expositores de sus propias plataformas, propuestas, promesas y hasta logros en experiencias previas desde las que se quiere hacer creer a los votantes que esa persona podrá generalizar para tener más éxitos futuros, recurrieron a falacias, mentiras descaradas o maquilladas, insultos, descalificaciones a los proyectos o a las personas. Por ejemplo, respecto a las mentiras en los debates estadounidenses de 2020, Haber y colaboradores en 2021 encontraron que las afirmaciones falsas de los contrincantes en el debate tuvieron difusión en los medios. A tal grado que las élites políticas pudieron continuar con la distorsión de la verdad para obtener ganancias para su partido (”discussion of false claims in the media—whether supporting or refuting them—facilitates the diffusion and acceptance of misinformation, enabling political elites to distort the truth for partisan gain”. https://misinforeview.hks.harvard.edu/article/research-note-lies-and-presidential-debates-how-political-misinformation-spread-across-media-streams-during-the-2020-election/). Es decir, tanto los medios de comunicación formales (periódicos, cadenas radiofónica o televisivas) como las informales (columnas editoriales, medios digitales, conferencistas pagados por los partidos, propagandistas y personas convencidas de las virtudes de determinadas plataformas o candidatas, tenderán a repetir las mentiras, las falacias y hasta datos inventados, en un intento por promover que se vote por su opción favorita. Entre las mentiras promovidas se encuentran las falacias en los razonamientos. Algunos tan sencillos como “si este candidato fue capaz de lograr un premio en el concurso de cocina en su secundaria, entonces podrá gobernar un país por el camino más adecuado”, aunque hay algunas otras como “si es popular entre los votantes, ha de ser porque ha realizado las acciones de gobierno más favorables y eficientes” (falacia ad populum); “si lo dice el líder, entonces el procedimiento que promueve el sucesor ha de ser lo que conviene continuar” (falacia ad baculum); “si afirma que esa acción es la correcta, pero es un candidato e determinado partido odioso, entonces ha de ser una acción estúpida” (falacia ad hominem).

Entre lo sucedido en los debates presidenciales en México y en Estados Unidos no sólo se expresaron mentiras como aquella proferida repetidamente por Donald Trump en el debate del 27 de junio de 2024: que los inmigrantes son los culpables de la violencia que se registra en Estados Unidos en fechas recientes, sino que se retomaron algunas que ya circulan desde hace muchas décadas. Como muestra Donna L. Franklin en su libro Ensuring Inequality (1997), ya en las épocas de la llamada “gran migración” del sur agrícola al norte industrial, tras la liberación de los esclavos afroamericanos dentro de Estados Unidos, se afirmó que el aumento de 9% al 57% en la población afroamericana de las cárceles tan sólo de 1916 a 1917 se debía “a la migración negra proveniente del sur” (1997: 82). En buena medida, Trump recurre a generar un “pánico moral” más de un siglo después, autoafirmándose como “experto” que sabe que son los inmigrantes los causantes de los problemas de la sociedad estadounidense. Desafortunadamente se ha esgrimido un argumento similar al utilizado en días recientes por Trump cuando se afirma de los mexicanos en California, de los Rumanos en España, de las ucranianas en Rusia, de los musulmanes en Alemania, de los oaxaqueños en Baja California, de los potosinos en los altos de Jalisco: “esos inmigrantes son los culpables de todo lo malo que sucede en estas tierras, pues eso no sucede sin ellos o antes de su llegada”. Como afirma el título de un cuento de García Márquez, tendemos a creer que “en este pueblo no hay ladrones” y son los fuereños la causa de nuestros males.

En los recientes debates se dieron insultos, en concordancia con la sugerencia del filósofo Arthur Schopenhauer (1988-1860) en el sentido de que, a falta de argumentos, se puede insultar o gritar. Epítetos como “la candidata del PRIAN”, “narcocandidata”, “convicto”, “mentiroso(a)”, “corrupto”, “asesino”, se pudieron escuchar en los dos contextos de debates, y ese tipo de apelativos se aplican en otros contextos nacionales e incluso en debates internacionales que no van dirigidos ya a ganar adeptos y votos, sino a descalificaciones mutuas. Por ejemplo, entre los gobiernos de Sánchez en España y de Milei en Argentina (aquí: https://www.eldebate.com/espana/20240520/insultos-gobierno-sanchez-milei-respuesta-presidente-argentino-debate_198579.html y https://www.youtube.com/watch?v=fsI80c6NOQc).

En muchas conferencias de prensa y en otros debates hemos sido testigos también de “para-respuestas”, es decir, respuestas que supuestamente se suscitan ante determinadas preguntas, pero que no tocan los temas sobre los que se ha cuestionado, además de “vértigos argumentales”, en los que se presenta un argumento que se dispara del tema planteado. Lo hemos visto también en las discusiones de pareja y en las discusiones dentro del aula. Es muy frecuente que la gente se olvide de qué se habla, o que, a propósito, cambie el tema (“no hay más violencia, sino más asesinatos”; “eso ya se aclaró”, “es que no me quieres y por eso no quieres ir por mí al aeropuerto”; “¿quiénes eran los griegos? los griegos eran miembros de una civilización clásica vecina y contemporánea de los fenicios, quienes eran los hijos de Canaán y vivían en el actual Líbano y Astarté era su diosa de la fecundidad”. De tal modo que, tanto en los debates como en las exposiciones en clase o en las discusiones de pareja suelen suscitarse una serie de “batidillos” de ideas que convierten en “debatidillos” a los de debates que podrían ser más ordenados, serios, al punto, asertivos y explícitos.

Como ya planteaban Bach y Weyden en su libro de 1968, The Intimate Enemy, es posible calificar la calidad de las discusiones y entre los puntos a tomar en cuenta se encuentra el humor para relajar las tensiones, en vez de generar más animadversión. Las otras dimensiones que ellos plantean son: el apego a la realidad, la especificidad, la comunicación clara, el enfoque directo, la responsabilidad y la participación, y las categorizaciones justas. No obstante, ni en nuestras relaciones sexoafectivas, ni en las comunicaciones en el aula, ni en los debates entre políticos observamos que se cumplan esas condiciones, ni somos conscientes de que nosotros o los interlocutores somos susceptibles de caer en falacias, ataques desmesurados, descalificaciones, mentiras y desatención.

En semanas y días recientes se han planteado algunas propuestas en el sentido de dar inmunidad al presidente de Estados Unidos en el ejercicio de sus funciones, una propuesta que hizo Trump hace años y que ahora podría sacarlo de los aprietos legales en los que sigue metido desde hace años. Pero también la propuesta de que el presidente de México pudiera conceder perdones a delincuentes sin ton ni son. Lo que recuerda la supuesta “infalibilidad papal”. De tal modo que quienes ocuparan esos puestos podrían hacer, decir o perdonar las estupideces que se les ocurran, pues tendrían la capacidad de actuar, declarar o perdonar a su aire.

En todo caso, los recientes debates en Estados Unidos y en México podrían servir para ilustrar que ni siquiera los políticos, que se supone tuvieron entrenamiento y capacitación específicos en oratoria, argumentación, lógica, exposición, debates, pueden considerarse los más duchos para presentar sus puntos de vista y convencernos o seducirnos para que votemos por ellos. En buena medida, los votantes les “ayudamos” y completamos “lo que el candidato quiso decir” con nuestras ilusiones y esperanzas. De ahí que valga la pena extraer una lección para nuestras aulas: la escuela puede servir para que aprendamos a detectar falacias en los razonamientos, para capacitarnos en la argumentación clara y distinta, para promover la negociación en distintas situaciones de conflicto, es decir, podríamos promover la capacitación en los debates, los diálogos y la escucha, en vez de hacer batidillos confusos de ideas sin evidencia y algunas descaradas mentiras o falsa promesas que resultan imposibles de cumplir. Por otra parte, habrá que recordar que en demasiadas ocasiones escuchamos promesas cuando sólo se hacen afirmaciones en el sentido de que hay que poner atención a determinadas situaciones. No es lo mismo anticipar que podría haber un desastre, que prometer que se le resolverá. De ahí que no deba extrañarnos que alguien “escuche” alguna promesa de solución cuando únicamente se expresó que existía determinado problema.

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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