Y tanto trabajo que nos cuestan

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Ya sean nuestros hijos o los estudiantes en nuestros grupos, seguramente hemos dedicado muchos de nuestros pensamientos, recursos y tiempo en preparar un futuro para ellos. No solo la siguiente ocasión en que los veremos, sino todo un programa de lo que está por venir en cuanto a lo que tenemos que hacer nosotros y lo que tenemos que motivarlos a hacer. Definitivamente, nos cuestan trabajo, no sólo en el sentido físico (fuerza por distancia constituye la fórmula clásica del trabajo), sino también en el sentido económico (invertir con determinados rendimientos).
Es tal el trabajo que les dedicamos, que muchos consideramos una des-economía cuando alguno de ellos no logra cubrir los objetivos que les diseñamos o no logran lo que esperábamos con el esfuerzo y los recursos invertidos. Trabajamos para mantener a los hijos, mientras que los estudiantes, en muchos de los casos de la vida docente, de manera exclusiva, son los que nos ayudan a mantener un empleo que sirve para mantener a la familia. Nos han costado tanto esfuerzo que solemos decepcionarnos cuando no consiguen su certificado de cada nivel escolar, cuando reprueban alguna asignatura, cuando las horas de trabajo no derivan en un avance significativo que derive en un título universitario. Los empujamos una distancia a lo largo de un determinado tiempo para que logren que esa fuerza que invertimos se convierta en rendimientos para ellos.
Muchas mañanas nos levantamos para realizar actividades asociadas con un proyecto de ellos; de no cumplirse sentiremos que no se cubrieron nuestras metas profesionales o familiares. Participamos en reuniones, discusiones, debates y conferencias, con la intención de cubrir objetivos o actividades vicarias. Para ayudarles a recorrer un camino que, como padres o docentes, sabemos que tiene dificultades y satisfacciones. Así que volvemos a poner nuestro ahínco en ayudarles a superar obstáculos.
En ocasiones nos enfadamos con ellos por la falta de atención, o porque sentimos que, por más trabajo que realicemos, éste no ha rendido frutos en sus aprendizajes, actividades, proyectos, calificaciones o certificaciones. Esperamos que cada sesión con ellos derive en un destino más claro o más visible. En productos más tangibles o mejores que los de generaciones anteriores. Nos enorgullecemos de los logros ajenos porque, vanidosos que somos, sentimos que por haber trabajado con ellos o junto a ellos o por señalarles alguna pista de lo que podrían hacer, se convierte, en horas, días, meses, años, carreras o posgrados completos, en productos o certificaciones tangibles.
Esperamos que nuestro trabajo derive en aprendizajes permanentes o, cuando menos, relativamente estables, que les permitan reafirmar o cuestionar lo anteriormente aprendido. Nos cuestan un trabajo que solemos disfrutar porque creemos que, por haber recorrido esas distancias con esas fuerzas, lograremos cristalizar realidades que ellos mismos no imaginaban y que, como decían las abuelas de antes, nosotros ya conocemos porque mientras ellos van por la leche nosotros ya regresamos con el queso.
La pregunta constante que nos planteamos como progenitores o como docentes es si lo que aprenden con nosotros o a partir de actividades que hemos sugerido para ellos, se convertirá en una solución adecuada para el mundo en el que vivirán. Que será muy distinto y a la vez dará continuidad al mundo que hemos vivido antes que ellos. Y nosotros tan preocupados que estábamos, hasta que nos damos cuenta de que buena parte de ese trabajo suele resultar en benéficas consecuencias para las siguientes generaciones.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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