¿Y si todo era para entretener?

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Algunas visiones catastrofistas de la escolarización y de la educación formal señalan que las instituciones de educación no sirven de mucho para los intereses de los aprendices. Y que los docentes y estudiantes sólo le hacen el juego a quienes desean tenernos ocupados buena parte del día y de nuestras vidas en rituales y esfuerzos que acaban por convertirnos en trabajadores dóciles. Ya sea como estudiantes o como enseñantes que aprendemos para contribuir a que otros aprendan, nuestro papel sería simplemente el de conservar una reserva de mano de obra lista para ocupar los puestos en los trabajos más rutinarios, que requieren mucho menos capacitación y, en todo caso, de una capacitación que no se recibe en las escuelas más allá de las habilidades básicas de leer, escribir y contar.
Según la visión que sugiere que no sólo nos olvidemos de la escuela, sino que incluso nos alejemos de ella lo más posible y lo más pronto que podamos, nuestras vidas se están desperdiciando en actividades e información que de nada nos servirán más adelante. La vida profesional se podría nutrir de la capacitación en el trabajo, sin necesidad de que nuestros niños se la pasen almacenados durante años en las aulas y los patios de la escuela. Según esa misma visión, no sólo se han desperdiciado los años que nosotros y nuestros niños fuimos a la escuela en busca de una educación dirigida y formal, sino también los talentos que pudimos haber desarrollado en esos años por estar guardados, muy disciplinados en un aula volteando al frente para seguir las indicaciones de los docentes expertos.
En todo caso, ya que hemos pasado tanto tiempo convencidos de que ir a la escuela nos serviría para algo más que para hacer amigos en el recreo y que dedicarnos a la docencia podría ayudar a otros a agilizar sus procesos de aprendizaje de la realidad natural y social, convendría analizar si, efectivamente, lo que hicimos como estudiantes y lo que hacemos como docentes nos ha ayudado para la vida práctica. Para muchos, en un juicio sumario, la respuesta es que de poco ha servido si volteamos a ver de qué manera y en qué medida como estudiantes hemos sido capaces de seguir las directrices de la educación dirigida. Aunque en otro sentido, la misma imposición de reglas y disciplinas a veces ha servido para que como estudiantes (nosotros o las generaciones que nos han seguido) ha tenido como consecuencia que seamos críticos con las normas establecidas y propongan (propongamos) otras formas de actuar y de conducirnos frente a las convenciones.
Hay quien, después de algunos años, se encuentra en un momento de estupefacción y se cuestiona de qué han servido todas esas horas y todos esos ciclos escolares transcurridos en la educación formal. Sobre todo, al cerrar ciclos o graduarse, algunos estudiantes y algunos docentes llegan a preguntarse: ¿y si todo fue una pérdida de tiempo que me privó de realizar otros aprendizajes, otras aventuras, otros contactos, otros productos? Algunos estudiantes se lo plantean a mitad de un curso y en ese instante deciden darle un giro a su vida. Unos cuantos de esos, pasado un tiempo, regresan a terminar los estudios iniciados tras la reflexión de que precisamente la educación formal sería la que les conseguiría el reconocimiento institucional de que algo han aprendido… a pesar de su sentimiento de que la educación en la escuela es muy limitante… y extremadamente más lenta que las aventuras bien reflexionadas. Falta encontrar la manera de medir lo que pasó frente a las realidades alternativas que podríamos haber vivido si no hubiéramos seguido el camino que seguimos.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Felipe

    A partir de tus reflexiones vislumbró dos dimensiones:
    1.- Mucho depende de la conciencia social crítica del profesor, de transmitir, en cualquiera de sus materias, una concientizacion con la realidad circundante y el papel de su materia que puede jugar en la vid del estudiante.
    2.- Que los programas escolares estén adecuados a las necesidades del mercado laboral, y que éste valore adecuadamente (salarios dignos) lo que aporta al capital, como un reconocimiento no sólo a su aportación, sino a su dignidad humana. Ya el mercado internacional está presionando a ?? para que deje de fungir como proveedor de mano de obra muuy barata y ser paraíso fiscal. Aún queda la mentalidad empresarial, jodida, de pagar salarios los más bajos posibles brincando se olímpicamente la ley.

  • verónica vázquez-escalante

    Creo sinceramente que el artículo es bueno y claro que hay mucho de realidad. No hay que perder de vista lo instituido y lo institucionalizado. Felicidades y un cordial saludo

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