Ver tele

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Como costumbre atávica para actualización de los mitos, la televisión ocupa el lugar que un día tuvieron los viejos. Las fogatas de las cavernas se transformaron en la luz eléctrica de una lámpara de noche; la cama o el sillón mullido y el control remoto con el cual ejercer el albedrío. El ritual se convirtió en un acto solitario.
Todos queremos saber una historia. Entender el proceder de los otros bajo la pedagogía de las barbas remojadas.
Hace mucho que los padres dejaron de leer cuentos a sus hijos. El hábito lo asumieron los productores de programas nocturnos que ofrecen opciones para todos, desde tramas fantásticas hasta escenas eróticas para conciliar el sueño.
Hércules se moderniza en Schwarzenegger, Medea renace en Caso cerrado, Animal planet demuestra que no somos la especie más favorecida…
Si en el siglo pasado la tele cumplió la misión de entretener a los niños, los niños ya crecidos emprendieron un romance ahora dimitido con su niñera cinemascópica. Las pantallas planas permitieron una fidelidad a medias. Las plataformas ofrecen series y películas a voluntad que estandarizan los gustos de los televidentes más allá de las fronteras nacionales. La producción local se restringe a desabridos “reality shows”, noticieros con tendencia disfrazada y editoriales de la farándula y el deporte. Hasta el futbol y las infidelidades tienen denominación de origen que los oportunistas traducen, comentan, imitan en todo el mundo.
Netflix regresa a los espectadores la libertad para enajenarse con sus propias parafilias. Se puede hacer una pausa para el sándwich y arrepentirse de una decisión después de los créditos. Los índices son onomásticos y temáticos; los resultados, decepcionantes o prodigiosos.
En tiempos de pandemia, es la compañera permanente del boato y el aburrimiento. De la tele abierta al “pay per view”, de la señal por cable a vía satélite pasando por plataformas con costo, permite la comida en cama y el entorpecimiento muscular a cambio de emociones profundamente efímeras. En una sola tanda se transita de la alegría a la tristeza y de la esperanza a la entropía.
Somos la especie que mira. La lubricidad visual se adiestra y refina con pixeles excesivos y memoria a corto plazo. La variedad de 50 canales exhibe varias versiones de lo mismo. Las plataformas exponen estrenos de temporadas ya antes difundidas en el cable o en la tele abierta que los fans reviven en sesiones exhaustivas. La disciplina del televidente experto soporta veinte horas de una serie con el aliciente de la secuencia genuina, la caducidad de la tecnología y el vericueto que la fábula persigue como la corriente de la lluvia o los senderos que Borges presintió bifurcados.
En la tele el tiempo transcurre bajo la relatividad de un cambio de posición, un bostezo cuántico, la confirmación de la ley de incertidumbre donde los electrones siguen una trayectoria indefinible mientras la vejez nos alcanza, nos rebasa, nos olvida. El futuro quedó en el pasado.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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