Vacaciones y papás

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los padres contemporáneos comienzan sus vacaciones la última semana de agosto: cuando sus hijos entran otra vez a la escuela.
Mientras tanto, la mejor solución es una tía lejana que viva en la Ciudad de México, cuyo departamento de la colonia Guerrero pueda albergar a cuatro sobrinos el resto de julio y otras dos semanas de agosto, con ventanas desde donde se podrá experimentar el granizo y la nostalgia.
Los que no tienen un pariente confiable en otra parte del mundo, dejan a los hijos bajo llave, con el gas cuidadosamente cerrado y el teléfono preconfigurado para emergencias. Una vecina pendiente.
Las vacaciones de los hijos los comprometen a jugar turista por las tardes, ir a McDonald’s más veces de las costeables (pago con crédito) y tal vez una casa prestada en Manzanillo algún fin de semana fortuito, con gastos compartidos. Los niños “se lo merecen”, dicen.
Lo más complicado consiste en emprender conversaciones padres-hijos sin el pretexto de la escuela. El clima, el videojuego, la sopa Maruchan… asuntos retóricos que obligan apenas respuestas evasivas y monosilábicas.
Si los padres del siglo pasado se sentían responsables por la educación sexual de sus retoños, los hijos del tercer milenio los liberan del bochorno gracias a los programas de las plataformas que evaden el control parental y abren la puerta al descubrimiento del sadomasoquismo.
Los padres aprenden junto a sus hijos la normalización del asombro: desde robots humanoides capaces de rezar en todos los idiomas hasta los viajes interestelares que confirman nuestra soledad universal. Puede que en eso consista nuestra esencia. La gravedad interplanetaria no nos alcanza.
La moralidad no se enseña, se testifica en el silencio con que se minimizan los sermones. La pedagogía de los papás contemporáneos se fundamenta en la tolerancia y la posposición: se puede hablar de cualquier cosa, otro día.
La “amistad” entre los unos y los otros es una utopía convenida: sin reclamos de atención ni compromisos incumplibles. Los papás y los hijos resultan compañeros de un viaje sin destino ni certezas.
Así ocurren las vacaciones. Los padres adormilan la culpa por no estar con los hijos y los hijos crecen como flores silvestres, sin la necesidad de sus padres.
Al llegar del trabajo, la cena, el cambio de zapatos…, después de un rato común en que los extraños apenas se reconocen, la noche sobreviene como una solución. Entonces, con los niños dormidos, se sublima la paternidad.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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