Vacaciones de luna llena

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Para esta especie animal a la que pertenecemos, la observación del cielo ha sido una práctica no solo de vida o muerte frente a los fenómenos de la naturaleza. A lo largo de los siglos, la observación de la famosa “bóveda celeste”, más allá de las nubes, ha llevado a la sistematización de patrones de luz y a regularidades en la apariencia celestial a lo largo de los días y de las estaciones del año. Los registros en mapas celestes relacionados con calendarios se han realizado, cuestionado, afinado y adaptado para diversas ubicaciones en nuestro planeta. La información con la que cuentan los expertos se acumula y define para horizontes cercanos y lejanos. Ese llamado a voltear a ver el cielo ha dado lugar a creencias que señalan que las ubicaciones relativas de los planetas tienen influencias que van mucho más allá que los ciclos de las mareas en días, noches y estaciones. Los equinoccios y los solsticios se asocian con los ciclos de la vida en la superficie terrestre.
De tal modo que no es de extrañar que la observación de los fenómenos celestiales sea parte de la socialización de los humanos. No solo para comprender las lluvias desde la lectura de las lluvias, sino para anticipar climas, cambios de luz y calor, eclipses y hasta posibles influencias en los comportamientos de determinados individuos supuestamente ligados a determinados cuerpos celestiales y a sus ubicaciones. En buena medida, las religiones que antecedieron a la tradición judía ya muestran esta incorporación de la observación, lectura e interpretación de los cielos. En la tradición cristiana, importada al continente americano a sangre y fuego hace 530 años, suele hacerse referencia a la resurrección del semidios Jesús (el Cristo) a los tres días de su muerte. Ese pasaje de la narrativa cristiana, que coincide en fechas con fiestas religiosas del islam y el judaísmo, se conmemora a partir de observaciones del cielo.
Según esa tradición, la “pascua de la resurrección” de Jesús, de quien se narra que es “hijo de Dios” o “encarnación” de un dios-padre, se ubica entre el 22 de marzo y el 25 de abril porque ese domingo lo ubica la Iglesia de Roma como el inmediatamente posterior a la primera luna llena después del equinoccio de marzo. Ese cálculo de las fiestas religiosas de acuerdo con las fases de la luna ha llevado a la tradición de generar “días de guardar” y de supuesta reflexión espiritual en las escuelas de buena parte del mundo. En la actual guerra ruso-ucraniana, el presidente Zelenski invocó incluso la fe cristiana para llamar a una tregua en las hostilidades rusas en territorio ucraniano durante esos días de conmemoración de la resurrección de Jesús. Mientras que en buena parte de las escuelas en México se dieron unos días de descanso obligatorio, Zelenski invocó ese periodo y esa lectura de los cielos como dignos de considerarse para detener, al menos por unos días, las agresiones rusas en territorio ucraniano. Más allá de si esa guerra se conciba como una guerra de defensa de Rusia frente a la OTAN o de agresión de Rusia para apoderarse de los recursos del territorio denominado como Ucrania y Crimea, lo que me interesa destacar es que la observación de los cielos permanece como una guía para la administración de lo que ocurre en la superficie de la tierra y en los cerebros de los humanos.
Ciertamente, los ciclos lunares suelen tomarse en cuenta para decidir los ciclos de siembra, cultivo y cosecha en sociedades agrarias, lo que también da pie a establecer qué tan dispuestas estarán las poblaciones del planeta para el descanso o para el trabajo. Es frecuente que los niños, en las sociedades con alta concentración de actividades agrarias, falten a la escuela en épocas en que se requiere mano de obra en el campo. O que esos niños estén tan dedicados a la actividad productiva que tengan escasas oportunidades de asistir a la escuela con regularidad y constancia.
En México, en donde contamos con un estado laico, que promueve una educación “sin tintes religiosos”, encontramos que suele darse preferencia a la narrativa cristiana incluso en la denominación de las vacaciones que recién hemos agotado. La denominación de las pascuas proviene de la narrativa judía, de la que el cristianismo es heredera directa. Aun cuando nuestra socialización orientada a observar los cielos sigue matizada por los mitos griegos dada las denominaciones de las constelaciones y los planetas, nuestras vacaciones conservan una denominación religiosa sincrética, en la que escasamente se incluyen las tradiciones ya existentes en este continente antes de la llegada de los europeos al continente. Una de las manifestaciones de este sincretismo en la conmemoración de las estaciones del año la observamos en espacios arqueológicos como las pirámides de Teotihuacán o, en el contexto local de Jalisco, el Ixtépete, en donde se dan cita numerosos fieles de la primavera (precisamente en el camino al bosque del mismo nombre). Precisamente en la fecha que se toma como base para la siguiente luna llena en la que se ubicará el domingo pascual.
Aun con estas referencias míticas y esas narrativas de resurrección del semidios de la tradición cristiana, resulta anacrónico que los periodos de descanso escolar estén marcados por los ciclos lunares en vez de por una cantidad fija de semanas de trabajo escolar en nuestro país. De alguna manera, así como quien está por llegar a la cima de una prolongada pendiente, ajustamos nuestras necesidades de descanso al hecho de haber llegado a determinadas fechas o puntos en el espacio y por eso sentimos que la resurrección del señor de los cristianos (que se anuncia con la luna llena que determina la fecha de las celebraciones) llega muy a tiempo para permitirnos un descanso en nuestras actividades académicas. En concordancia con esos ciclos lunares, nos manifestamos deseosos de descanso (y quizá hasta de reflexión) para observar, siempre a tiempo, la luna llena en nuestras tardes y noches de asueto laboral.

*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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