UNAM: entre el amor y el desamor

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Pensar en la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM, se acompaña comúnmente de palabras como “la máxima Casa de estudios”, “la mejor Universidad de México”, “la más grande”, entre varias opciones más, que dejan en claro la significación social que hay en torno a ella no sólo en nuestro país, sino allende nuestras fronteras. Se le reconoce, entonces, como un agente de transformación y fuente inagotable de aportaciones en beneficio de la sociedad; ha sido partícipe en diferentes momentos históricos importantes. Sin embargo, esto implica una situación que invita a una reflexión.
Es un hecho que, en cuanto a infraestructura, la UNAM dispone de una riqueza que pocas instituciones en el mundo poseen: diferentes campus, edificios y salones, un número amplio de programas formativos en diferentes niveles educativos, laboratorios, bibliotecas, centros de idiomas y de cómputo, recintos culturales y artísticos, museos, centro meteorológico, instalaciones deportivas, permanentes y diversos programas valiosos de formación continua para docentes, apoyo para investigación, un catálogo amplio de revistas que comparten y trasmiten cultura y conocimientos, programas de radio y televisión, así como una cantidad amplia de docentes y estudiantes; no obstante, algo que no tiene, y que se ha puesto de relieve en los últimos días, es estabilidad para la mayoría de los docentes que en ella trabajan.
Es común hablar de la UNAM como institución, como un ente viviente, tomada como un todo, lo cual, desde una perspectiva sistémica, es lo más adecuado, pero ello ha implicado que no haya un reconocimiento particular de lo que muchos docentes le han aportado: la UNAM cuenta con un alto porcentaje de profesores de asignatura que perciben un sueldo que está, pese a sus logros, por debajo de lo que muchas instituciones pagan, al mismo tiempo que el porcentaje de profesores y profesoras que cuentan con estabilidad laboral es inferior al 50%. Ha habido profesores y profesoras que, incluso, han trabajado toda su vida y nunca logaron obtener una plaza o se quedaron desempleadas después de muchos años de entrega. Aunque, por otro lado, hay quienes obtiene plazas de carrera, un porcentaje menor, cuyos sueldos están muy por encima de lo que podían obtener en cualquier otro empleo o ramo.
Pensando entonces en el prestigio que tiene la UNAM, es claro que a lo largo de los años muchos docentes, por identidad y amor a la Universidad, han dado lo mejor de sí, pese a no contar con condiciones laborales adecuadas. Es claro que la UNAM depende del presupuesto que se le otorga año con año y eso, aunado a la propia legislación universitaria, ha sentado las bases para que esta situación persista, apostándole por tanto a la entrega y compromiso de cada docente, a cambio de currículum y la formación y constancias que puedan obtener durante su estancia.
La falta de pagos a algunos docentes hizo pública esta situación histórica de la UNAM, enfatizada por los paros en apoyo que organizaron estudiantes de los diferentes planteles. Es un hecho que los pagos se van a regularizar, así como también es un hecho que no hay posibilidades reales de lograr la estabilidad laboral de los profesores de asignatura. Sin embargo, podemos aportar que la UNAM seguirá teniendo, al menos, el mismo nivel de desempeño y reconocimiento sin duda ¿alguien tiene duda?

*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

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