Tupidito

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Estamos ya en el trigésimo mes de iniciadas las medidas para evitar y reducir los contagios de coronavirus. En ese lapso se han descubierto al menos once variantes del famoso bicho, denominadas con letras griegas y asociadas con diversos países. Entre las que son de interés y las que son preocupantes, ya no se nos ocurren escondites y parece que la humanidad ha optado por dejarse ver, tocar y respirar, en vez de seguir ocultándonos unos de otros. Así, las variantes del Covid consideradas de ‘interés’ son Alpha del Reino Unido, Beta de Sudáfrica, Gamma de Brasil, Delta de India; mientras que las ‘preocupantes’ según la Organización Mundial de la Salud son Épsilon de Estados Unidos, Zeta de Brasil, Eta del Reino Unido, Theta de Filipinas, Iota de Estados Unidos, Kappa de la India y Lambda de Perú.
Ante la cantidad de amenazas virales, de sucesos asociados con la pandemia del virus descubierto a fines de 2019, de impactos en la salud individual y pública y en los procesos sociales, de problemas económicos, de brotes de estrés, de violencias domésticas y en los espacios públicos, la verdad es que ya muchos no sufrimos lo duro sino lo tupido. De alguna manera, ya tanto árbol no nos deja ver el bosque, al mismo tiempo que ante la enormidad del bosque ya no logramos apreciar cada árbol. Ha sido tal la cantidad de información en torno a las medidas a adoptar ante el coronavirus y sus supuestos impactos en cada uno de nuestras esferas de vida, además de las informaciones que contradicen y califican a la pandemia como una conspiración, que no sabemos si reír o llorar, si correr o esperar, si lavarnos las manos, sospechar de cercanos y lejanos, suponer que hay planes a favor o en contra de la salud de la población mundial, creer o descreer a políticos y autoridades sanitarias.
Parecería que la confusión desatada por los acontecimientos de los recientes treinta meses dejaría poco espacio para analizar, reflexionar, generar planes de acción, evaluar impactos o decidir con qué rumbo alterar nuestros proyectos de vida. Lo que hemos visto, también, es que algunas personas y especialistas han sido capaces de ver, en todo ese contingente tupido de acontecimientos y de informaciones contradictorias, elementos para ser analizados. Los historiadores de la salud pública han visto la oportunidad de aplicar su conocimiento para comparar con las medidas y las consecuencias de determinadas políticas y acciones (o inacciones), en combinación con los expertos en infectología, epidemiología, estadística y demografía. ¿Cuántos contagiados, en qué condiciones, con qué mortalidad o con qué letalidad? Los científicos sociales, las personas expertas en salud mental y en comunicación han tenido que ver a través del cristal de la pandemia muchos de los fenómenos que habían comenzado a analizar desde antes de que supiéramos del virus. Quien tiene experiencia en pedagogía ha detectado de qué manera la gente aprende o se resiste a aplicar determinadas medidas que, según los expertos de otros campos, han de salvar las vidas de quienes sí aprendan a seguirlas, o habrán de costarles caro en términos de salud a quienes ignoren o no apliquen determinados comportamientos.
De ese marco, a primera vista confuso, de sucesos sanitarios, sociales, políticos, pedagógicos, económicos, cada analista y cada disciplina ha sacado determinadas lecciones para manejar el presente y para pensar el futuro. Distintas instituciones y distintas perspectivas han enfrentado (o negado) el problema de una pandemia que se extendió a nivel mundial y de ese tupido contexto han derivado estrategias de intervención. En ese contexto, resalta que la escuela y la educación formal no pueden ser suficiente para que aprendamos a comportarnos de las maneras más sanas que nos aseguren seguir vivos y evitar contagios. La escuela no es suficiente, pero vale la pena considerar que sí es necesaria, junto a muchas otras instancias de información y aprendizaje, de análisis y de evaluación de comportamientos y políticas. Ante la confusión de una situación que implica una sucesión muy tupida de acontecimientos, la escuela, desde la básica hasta la superior, ha ayudado a los especialistas de distintas disciplinas a analizar lo aprendido y a darle sentido a distintos procesos que, en primera instancia, se confunden unos con otros. Ciertamente, hemos tenido que aprender que no es necesario esperar a volver a las aulas y a la educación formal para darnos cuenta de que debemos aprender mucho más allá de lo que las autoridades escolares pueden ofrecer; al mismo tiempo que hemos de reconocer que las escuelas, como centros de interacción entre distintas generaciones y grupos sociales, han ayudado a encontrar, en esa confusión, la posibilidad de tomar distancia, analizar y evaluar los caminos a seguir.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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