Son necesarios apoyos psicológicos… y legales

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Distintos comentaristas han señalado lo que Manuel Gil Antón denomina “la pedagogía del terror” en el ITAM, que derivó en (según algunas fuentes) tres suicidios de estudiantes en el 2019. La causa más inmediata de estos atentados contra sus vidas es el hostigamiento y la presión que reciben estos estudiantes, hombres y mujeres, para rendir en lo académico. Desafortunadamente, los casos de hostigamiento no se agotan en ese prestigiado instituto ubicado en la Ciudad de México, sino que suelen darse en otras instituciones educativas que se precian de preparar profesionales con altos estándares. También en otras latitudes de nuestro país se suscitan casos que implican hostigamiento desde el cuerpo docente, que debería estimular y facilitar el aprendizaje, pero que, en algunos momentos del proceso escolar le dan tintes terroríficos a la exigencia de entregar trabajos y responder exámenes para evaluar lo aprendido y aplicado.
Los casos de la Universidad de Guadalajara, donde hubo protestas en 2018, y de la Universidad de Guanajuato, en semanas recientes, ligadas a las denuncias de acoso sexual por parte de profesores y autoridades, son dos de los que tengo noticia. Seguramente hay más instituciones en el país en donde algunos docentes aprovechan su posición de autoridad para pedir favores sexuales.
Se ha señalado que estos estudiantes requieren apoyo psicológico para lidiar con esos problemas de acoso académico o sexual. Yo difiero y creo que la atención necesaria es aun más amplia y de mayor cobertura en las poblaciones de las instituciones educativas. Por un lado, no solo la planta docente es capaz de hostigar a los estudiantes, sino que se sabe de casos, no solo en México sino en instituciones educativas fuera de nuestro país, en que los profesores o los estudiantes hostigan a los docentes. Por otro lado, muchos de los participantes en estos intercambios entre personas con poder o fuerza desigual consideran que es “natural” que se den esos conflictos.
Una tradición de exigencia académica se convierte en hostigamiento directo y personal a los estudiantes; mientras que una visión de los docentes como servidores (o cuidadores) de los estudiantes se convierte en la posibilidad de exigir a quien enseña como a un empleado al que se le paga para lograr determinados resultados en el aprendizaje de los jóvenes.
A los docentes se les exige que asignen calificaciones de acuerdo con su posición subordinada a los estudiantes o progenitores; y, por otra parte, a los estudiantes se les exige que rindan y produzcan para compensar lo que sus docentes no pudieron lograr en sus carreras. O que quizá lograron, pero quedaron tan resentidos por el sufrimiento que ello les causó, que se lo cobran a las nuevas generaciones, una y otra vez.
La necesidad de apoyo psicológico es necesaria tanto para los agresores potenciales (o reales) como para sus víctimas. Adicionalmente, es necesario que todos quienes participamos en las instituciones de educación, de todos los niveles, estemos informados, conscientes y atentos a las implicaciones legales que tienen nuestros comportamientos. Las que suelen ser explícitas en la normativa de las instituciones. Además de prestar atención a las consecuencias psicológicas y penales de nuestros actos.
Docentes, estudiantes y otros agentes (padres, directivos, autoridades locales y nacionales) deben estar adecuadamente formados en lo que respecta a las consecuencias (y las causas) del actuar cotidiano en la escuela. No se trata ni de que todos los estudiantes obtengan las máximas calificaciones solo por haber estado en la escuela o pagado las cuotas, ni tampoco se trata de que se les exija más de lo que es posible rendir en las condiciones en las que se insertan las instituciones en las que estudian.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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