Somos rutina

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Todos los días, desde que despertamos hasta que volvemos a dormir, llenamos nuestros días de una serie de rituales que nos facilitan varias secuencias de actos sin necesidad de estar pensando qué debemos realizar cada día. Cada día nos hacemos más experimentados en lo que hacemos, al mismo tiempo que somos capaces de realizar más mecánicamente varias actividades para concentrarnos en los nuevos retos. De algún modo, integramos en nuestro haber una serie de secuencias de actos automáticos que nos dejan libre el cerebro para concentrarnos en resolver, con relativa conciencia y concentración, los nuevos retos de la vida cotidiana.
La rutina asociada con asistir a la escuela o al trabajo al menos cinco días a la semana está compuesta por una serie de actos que realizamos en determinados horarios y, que a veces asociamos con listas (explícitas o implícitas) de lo que implica cada secuencia terminada. Así, somos capaces de revisar, a veces de un solo aliento, si ya nos lavamos los dientes, nos bañamos, desayunamos, nos peinamos, nos vestimos correctamente y nos pusimos los zapatos adecuados, antes de salir de casa. Revisamos si traemos las llaves de la casa (y del lugar de trabajo, quienes las requieren), dinero, los objetos que necesitaremos en el camino o en nuestro destino o que hemos de entregar o de utilizar como medios para nuestro trabajo o en los tiempos muertos.
Ya en nuestras escuelas o trabajos realizamos una serie de rutinas que ya no son tan personales y que, a veces, incluso están ligadas a rituales de grupo para iniciar o desarrollar las labores del día: saludar, intercambiar planes, revisar avances, realizar o modificar acuerdos, esperar a que otros hablen antes de hacerlo nosotros. Igualmente, en las aulas solemos ajustarnos a determinados rituales que, aunque suelen parecernos iguales día tras día, están asociados con un avance que los hace diferentes: ya no empezamos desde cero cada sesión. Pues cada sesión de nuestros cursos, a pesar de parecer rutinaria, incluye algunas variaciones en la información, en el tono, en el grado de realización de determinadas tareas o productos.
Jorge Luis Borges expresa ese tipo de cambios en las columnas que se suceden y que de una a otra no se alcanza a percibir que son de distinto color, pero que unas cuantas columnas después el color es notablemente diferente sin que hayamos sido conscientes de que las contiguas tienen matices que las hacen ligera (e imperceptiblemente) diferentes. Nuestras rutinas parece que se repiten, pero en realidad cada vez que las desempeñamos lo hacemos con mayor pericia, quizá con mayor fuerza, probablemente con algo de cansancio, de hastío o de agotamiento, pero con mayor experiencia y con algo de deterioro y a la vez con mejor entrenamiento. Sabemos lo que podemos esperar. A veces iniciamos nuestras rutinas preguntándonos a cada paso qué acto encadenar a continuación, para luego conocer tan bien que somos capaces de revisar nuestra lista de los actos a realizar y estar seguros de cuáles hemos realizado y qué nos falta por hacer.
La escuela nos implica rutinas, muchas veces asociadas con rituales, que podrían parecernos aburridos, pero que tienen la ventaja de permitirnos incluir novedades sin tener que pensar en todos los actos que nos llevan al momento de abordar, asumir o resolver cada uno de los nuevos retos del día. Y a quien conoce las rutinas y sus posibles soluciones y derivaciones suele aplicársele el dicho de: “lo ves y crees que es fácil”, cuando en realidad ha sido un aprendizaje que lleva años de repetición y práctica.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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