Sociología navideña

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

1. La cena

Justificante para el omeprazol, la cena navideña obedece a una necesidad de hartazgo nutricional que trasciende las creencias y las costumbres. La parte reptiliana de nuestro cerebro demanda una alegría digestiva que la reunión familiar palía. Donde termina la conversación, empieza el atasque. El brindis con tequila favorece el mecanismo gástrico: el bolo alimenticio se desintegra a base de fermento y algarabía. La cruda del día siguiente sólo se resarce con recalentado y disculpas. La contundencia del Instragram ofrece la evidencia suficiente.

2. El suéter

Nada define mejor la fecha que el suéter. Adquirido en tiendas trasnacionales que no premeditan el trópico, el suéter sólo se tolera hasta antes del primer caldo (para los abstemios) o del segundo tequila (para las almas libres). Después, la tortuga de lana demuestra su incompatibilidad con la vestimenta formal y las mangas de camisa declaran la confianza familiar. Las tías se deshacen de los tacones en la misma proporción que el suéter. Los novios atreven otras texturas. El suéter, humillado y destituido de elegancia, arruga los glúteos de los sofás familiares. Entonces alcanza su verdadero destino: retener la tintura del cabernet y la vergüenza del descuidado.

3. La música

Nunca falta un hijo ausente o una esposa sin honra que transmigran los villancicos a las rancheras. Las campanas de Belén ceden su prestigio a las ratas de dos patas que las tías ya sin zapatos corean en tonos arbitrarios. El karaoke actualiza la leyenda de los santos peregrinos con admisión sin reservas ni rubores: ahí todos cantan su propia versión mientras la melodía viaja en otro sentido. Las pausas son pretexto para más brindis y los brindis, pretexto para abrir garganta.

4. Los foquitos de colores

No hay Navidad sin foquitos. El tequila, las rancheras y las luces resultan condición para la psicodelia. Los zapatos de las tías sirven de copas para los osados y de matabichos para los fóbicos. En esa pandemia emocional todos terminan contagiados. Se abrazan y se insultan. Se reclaman y se besan. Los zapatos de las tías sirven lo mismo como granadas de mano que como fetiches para el afecto.

5. El Niño

Todo concluye en arrullo. El Niño difunde su deidad a través de sus manitas inertes con que promueve la tradición. Los ortodoxos besan la porcelana sagrada; los otros sólo lamen las copas. Los únicos que tienen fe se duermen temprano y esperan un regalo debajo del árbol. Las tías se van casa sin sus zapatos.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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