Sedentarios

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Ya lo sabemos desde hace décadas: las personas sedentarias tienen mayores problemas de salud mental, más problemas de salud física, más propensión a enfermedades y mayores probabilidades de tener insomnio. Un nuevo reporte para la práctica del ciclismo entre adolescentes en Estados Unidos señala que la pandemia de Covid-19 aumentó las tasas de inactividad física. Si ya era preocupante la baja proporción de personas y, específicamente, de jóvenes que se trasladan de manera activa a sus destinos, en especial, la escuela, el trabajo o sus actividades recreativas, la pandemia acentuó esta tendencia a la inmovilidad por la obligación de permanecer aislados unos de otros.
El reporte del programa de ciclismo en las escuelas de educación media, denominado Outride for Focus (disponible en:
https://static1.squarespace.com/static/596c38bf17bffc52ba57eb30/t/6231000f01d72e1a497aa9e6/1647378448063/R4F+RR21+Final-Web.pdf) enfatiza algunos datos que vale la pena mencionar para pensar en las posibles alternativas en cuanto activación física en nuestro país. La evaluación, realizada en el primer semestre del 2021 y recién publicada en 2022, identificó estos problemas:

• las diferencias en los niveles de salud mental y de activación física entre los jóvenes se ampliaron durante la pandemia. Si antes de ésta, menos de la cuarta parte de la población podía acceder a activación física mínima (de al menos 60 minutos diarios de activación física) y al menos tres cuartos de la población de jóvenes excedía el máximo recomendable de exposición a las pantallas (no más de dos horas diarias), también es verdad que la incidencia de insomnio entre los jóvenes es bastante marcada (solo 3 de cada diez adolescentes logra dormir al menos 8 horas diarias);
• las diferencias por grupo étnico son también bastante marcadas. En una sociedad en la que resaltan las diferencias marcadas por lo que los expertos llaman “white privilege”, es notable que los jóvenes que radican en zonas más pobres, logran conciliar el sueño mucho menos que quienes viven en zonas con mayores recursos económicos. El 22% de los estudiantes lograban dormir al menos 8 horas si se ubicaban en zonas de pobreza, en contraste con el 31% de esos jóvenes que se ubicaban en zonas más ricas. Solo el 17% de los estudiantes afroamericanos y el 16% de los asiáticos lograban esa cantidad recomendada de horas de sueño, en contraste con el 30% de los jóvenes de raza blanca;
• las diferencias por género en las horas de sueño no son tan marcadas, pero sí hay una tendencia a que sufran más insomnio las mujeres (27.6%) que los hombres (28.7%);
• si los jóvenes no dedican tiempo a las actividades físicas, la tendencia al uso de pantallas es mayor. Aun cuando sabemos que la brecha digital en algunas zonas representó un rezago en la comunicación con sus escuelas y en la educación formal durante la pandemia, el hábito del uso de las pantallas durante las cuarentenas se vio más marcado en las mujeres que en los hombres. Solo 20% de las mujeres estaba expuesta a menos de dos horas diarias a las pantallas, mientras que poco menos del 30% de los hombres se encontraba por debajo de las dos horas diarias de exposición máxima a esos adminículos;
• los estudiantes que reportaban mayores niveles de activación física, específicamente, de montar en bicicleta más de tres días a la semana, reportaban mejores niveles de bienestar, en comparación con aquellos que realizaban escasa actividad física o montaban menos veces a la semana sus bicicletas.

La aplicación del programa de activación, en comparación con las medidas de línea base (es decir, antes de incitar a los jóvenes a la activación física en bicicletas) muestran diferencias notables en los indicadores antes mencionados. Los niveles de bienestar mejoran, la cantidad de horas de sueño aumenta, la de exposición a pantallas disminuye y el tiempo dedicado a la activación física se relaciona positivamente con la sensación de bienestar general. Lo que disminuye los niveles de stress, y la tendencia a la depresión.
Ya que sabemos eso para el vecino país, conviene plantearse de qué manera las estructuras y las dinámicas de nuestras ciudades pueden contribuir a la activación física de la población. Específicamente, de la población estudiantil y docente. Quienes nos movemos por la ciudad en bicicleta detectamos algunos riesgos en las infraestructuras urbanas. No es posible llegar a las escuelas por cualquier vialidad ni a cualquier hora del día o de la noche. Tampoco podemos confiar en que viajar solos, en casi cualquier medio de transporte (a pie o en bicicleta incluidos) implica riesgos. Aún mayores para las mujeres jóvenes quienes, según el reporte en el país vecino, son ya más vulnerables a la posibilidad de niveles de estrés e insomnio elevados. Las diferencias en la vulnerabilidad por sexo y por zonas de la ciudad, en las habilidades para el manejo y familiaridad con las bicicletas y el acceso a infraestructuras adecuadas nos obligan a pensar que nuestras poblaciones se ven aún más afectadas por los padecimientos asociados al sedentarismo.
El acceso a vehículos de motor privados (propios, taxis o ubers) resulta un privilegio frente a quienes solo disponen de la opción del transporte público y sus largos tiempos de traslado y espera. Mientras tanto, el acceso a la bicicleta y a los traslados a pie se ha convertido, a pesar de ser menos costosos, en tema de preocupación por la vulnerabilidad asociada a estas formas básicas de movilidad. Los peligros del traslado a pie o en bicicleta a las escuelas y lugares de trabajo se convierten así en factores nocivos para la salud física y mental de los estudiantes y de la población en general. Sabemos que trasladarnos en bicicleta a las instituciones escolares es más sano, económico y eficiente. Falta que en nuestro país aseguremos que los caminos entre nuestros hogares y nuestras instituciones académicas ayuden a promover la actividad física regular y saludable.

*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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