Satisfacción instantánea

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Mi amigo Nicolás contaba que, en su infancia, el viaje desde su natal Tepic a Guadalajara le tomaba a su familia una semana entera. Ya sabían que habría que sortear muchas curvas, lodo, caminos cerrados, interrupciones en espera de combustible y algunas reparaciones de su fiel Volkswagen. Lo más probable era que se poncharan las cuatro ruedas, en un paraje u otro del camino carretero. Es decir, la ruta era más amigable para carretas que para carritos y llegar al destino era todo un triunfo para el que no quedaban muchas energías para emprender el regreso.
Con el paso del tiempo nos hemos acostumbrado a que en nuestras vidas haya más acontecimientos cada día de los que solía haber en semanas o meses en las vidas de algunos de nuestros ancestros. Llegamos rápido a visitar a otras personas, a realizar trámites y pagos, a comprar comida o contratar servicios. Y consideramos un desaire que, cuando solicitamos servicios, éstos se demoren varios minutos, horas o días. Ya no se requieren escribanos para tener copias de documentos, actas, comprobantes o textos jurídicos o académicos, sino que probablemente podamos tenerlos en pocos segundos con solo acceder a los sitios adecuados en internet.
En cambio, no por mucho tropezarnos por llegar a la escuela (o a la pantalla en la que contemplamos las sesiones del día) hemos logrado acelerar nuestros ritmos de aprendizaje, ni retrasar nuestros olvidos. Ciertamente tenemos más tecnologías para acceder a la comunicación, el transporte y la información. Y también tenemos más acceso a productos que nuestros ancestros tenían que esperar durante ciclos agrícolas o industriales enteros. Nuestra movilidad y nuestro acceso a satisfactores se han acelerado a tal grado que consideramos que con desear algo ahora será suficiente para obtenerlo.
Conseguimos información acerca de cómo resolver problemas de maneras mucho más eficientes que aquellas con las que estuvimos familiarizados en otras épocas de nuestras propias vidas, ya no digamos en comparación con generaciones anteriores. Lo que nos ha vuelto impacientes, poco tolerantes ante los compases de espera, las dilaciones en la prestación de servicios o en la preparación de alimentos. Son ya pocas las personas que tienen la paciencia para preparar alimentos sin utilizar algunas mezclas ya preparadas. Preferimos comprar buena parte de los alimentos con un grado de elaboración previa. Los compramos y no los cultivamos o cosechamos. Y se paga poco a quien realiza esos procesos y esas esperas. Si queremos algo, queremos acceso instantáneo.
Por otra parte, recibimos exigencias de parte de otros de resolver pronto todos los problemas que se nos plantean. Esperamos que los expertos hagan algo: ya y bien. Los desarrollos de las vacunas y de los tratamientos recientes para el tratamiento del coronavirus se dieron a un ritmo que no era posible con agentes asociados a padecimientos anteriores. En vez de décadas, los expertos, por más desorientados que pensábamos que estaban, tardaron semanas en proponer alternativas de solución. Aprovecharon sus “aprendizajes proximales” para generar nuevos conocimientos y poner a prueba algunas hipótesis.
La posibilidad de recurrir a conocimientos y experiencias previas nos ha evitado tener que esperar a que las cosas fallen para repararlas, y es común que los sistemas tengan otros sistemas de apoyo para reemplazar las funciones de los primeros. Lo que, en gran medida, nos ha dejado mal acostumbrados a esperar que, si algo falla en alguien, deberá corregirlo hoy mismo y aprender rápido cómo evitarlo. No obstante, conservamos ese afán de acelerar a otros a pesar de que los humanos solo aprendemos con la reiteración y a ritmos lentos. Y solo aprendemos con interés y tenacidad, que rara vez se generan instantáneamente.

*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología, Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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