Sabina

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Como un sistema de signos inventado para comunicarnos, el lenguaje es una más de las conquistas culturales del género humano. Sirve para expresar las necesidades más básicas o para construir la comprensión más profunda del mundo. La historia ha demostrado que la riqueza de un idioma no se mide por la habilidad para pedir un vaso de agua sino por la posibilidad para expresar una metáfora de lo que somos.
En una época donde el lenguaje se reduce a signos ideográficos para consignar el estado de ánimo a través del WhatsApp, la poesía como la más elevada forma del lenguaje se limita a los poemarios que nadie lee o a las canciones que pocos prefieren.
Hay de canciones a canciones. Lo peor del favorito género de banda no está en su limitación melódica sino en su incompetencia metafórica para expresar una emoción. Sus balbuceos emulan la torpeza de un niño en proceso de aprender a conjugar un verbo. Por su cualidad de irreverencia y su vocación hacia la experimentación, el rock se ha convertido en uno de los vehículos sonoros que mejor logra llegar a los límites de la significación de una lengua, luego de la poesía en sentido estricto. A veces, mejor.
Por su parte, la poesía ha malogrado sus pretensiones en textos cursis que las tías solteras divulgan en Facebook. O bien, los poetas radicales escriben poesía definitoria de la poesía que alejan del hábito a los lectores.
Los excesos dan cabida a la canción. Cantar una canción es más que acomodar palabras en secuencia. La rima es apenas una manifestación formal de la habilidad de un autor. La menos importante, como demostró Caifanes.
La música contemporánea consigue difundir el lenguaje gracias al consumo de la industria que la soporta. Siendo un hecho irrefutable, muchos autores han preferido la composición musical para expresar mensajes de manera eficaz y masiva. Bob Dylan es el ejemplo mejor logrado, al menos por el premio con que la Academia Sueca lo reconoció.
A los setenta años, Joaquín Sabina es uno de los cantantes que mejor erigen el lenguaje hispánico. No en vano se le ha calificado como “el Dylan español”. Que siga grabando discos y ofreciendo conciertos es una buena noticia para los hispanohablantes. Significa que el idioma ofrece construcciones que van más allá de la confesión llana y la simplicidad lamentable. O de estrofas oscuras sin mayor trascendencia que las tesis de maestría.
Con cada vez menos rock y más armonías tradicionales (con los versos octosilábicos del Romancero se inauguró el idioma español), Sabina sigue recabando fans, difundiendo la lengua y demostrando que un par de versos bien escritos son más poderosos que cualquier discurso político o eslogan comercial.
Sujeta a una discusión ya inútil, la poesía al alcance de las ganas, de los gustos y recomendaciones, Sabina es el juglar más aplaudible de nuestra lengua. Al menos, de su generación. Y algunas veces hace rock. “Lo niego todo”, dice.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Nicandro Tavares Córdova.

    “Al Maestro, con cariño”

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