¿Quién supervisa nuestras clases? La pérdida de la significatividad

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Me encontraba dando una clase con alumnos de nivel Medio Superior en la que, a través de una discusión grupal, buscábamos establecer la diferencia entre la ética y la moral. He de confesar que me dejé llevar por las interesantes aportaciones que brindaron en ese momento las y los estudiantes, por lo que se me hizo fácil introducir un tema que, por su significatividad y por ser del dominio público, lo consideré adecuado: los Reyes Magos.
La idea no es mala: generar un mundo ideal y de fantasía a una persona, desinteresadamente y sin llevarse crédito alguno, lo que podría considerarse un acto ético por el reconocimiento del otro, a partir de una mentira, lo que podría romper con la moral, al romper una regla social básica. La discusión nuevamente se tornó interesante, cuando de repente, en el chat del grupo, un alumno me hizo un señalamiento, empleando palabras que en otro contexto pudieran interpretarse de diferentes formas, incluyendo reclamo. Palabras más, palabras menos, el mensaje era algo parecido a: “Maestro, le pido por favor que dejé de hablar de este tema, ya que tengo a mis hermanos pequeños cerca”. Sentí pena por un momento, comenté que tenía razón y pensé en otro ejemplo que pudiera ser escuchado por personas de cualquier edad sin que pudieran tener un impacto negativo.
Me atrevo a compartir la experiencia, porque ahora tengo claro que la intimidad y la privacidad de las clases se pierde por completo cuando se llevan a cabo en línea y de manera sincrónica.
Esta experiencia me lleva a pensar en la dificultad y riesgo que enfrentan los maestros de diferentes licenciaturas, así como aquellos de nivel Medio Superior que imparten materias cuyos contenidos pueden, de alguna manera, cuestionar la fe, las creencias, las convicciones o los valores no de los estudiantes, sino de la familia, dado que por las condiciones que estamos viviendo, muchos de sus miembros han empezado a ser “oyentes” de las clases e, irremediablemente, críticos y supervisores de la clase de un docente.
Muchas instituciones en su afán controlador, regulador digamos, han implementado estrategias para que una persona ajena a una clase pueda entrar a supervisar que los docentes cumplan con su deber, lo cual es innecesario, ya que madres, padres, hermanos, hermanas, o incluso abuelos y abuelas o tíos y tías, han empezado a realizar esa función. En mi caso fue un tema que pudo cambiarse, pero pensemos en psicólogos, sociólogos, filósofos, politólogos, economistas, abogados, médicos, biólogos, entre muchos otros, que aborden temáticas como la homosexualidad, el aborto, el origen de la vida, el abandono parental, el divorcio, abuso sexual o maltrato infantil, pobreza, entre muchos otros temas, pensando que solamente el estudiante escucha, pero no, alguien más que no se encuentra en formación académica también está escuchando.
Las clases en línea dejan fuera, en algunas disciplinas, los debates o el análisis de casos, dado que los oyentes pueden sertirse ofendidos o incluso agredidos por la forma en que los docentes conducen su clase y los temas que abordan. No hay forma de que alguien me pueda decir que tener oyentes no altera la clase; es claro que el trabajo a distancia sigue revelando más dificultades. La idea del aprendizaje significativo tiene que reestructurarse, ya que no todo lo que es cercano puede abordarse con público presente. ¿Alguien ha tenido una experiencia similar?

*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

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