Que valga la pena el viaje

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hace unos días, un estudiante expresó su desazón por redes sociales al informar que, después de un largo traslado desde su casa hasta la escuela se encontró con la noticia de que esa tarde no habría sesión del curso. Lo que me hace pensar que, por lo general, damos por sentado que a todo mundo se le facilita llegar a la escuela. Al platicar con otros estudiantes, me entero que varios de ellos realizan viajes de dos o tres horas en atestados camiones (no me atrevo a llamarles autobuses, pues eso denotaría condiciones de mayor habitabilidad) desde su casa a la escuela. Y que los viajes de regreso suelen prolongarse aún más tiempo.
Llegar a la escuela y encontrarse con que no habrá sesión resulta frustrante para todos los implicados. Si los estudiantes leen y llevan inquietudes para plantear al grupo o a los “expertos” que suele suponerse que somos los docentes, si preparan la exposición de algunos de sus hallazgos o reflexiones desde la pasada sesión… y no llega quien debe conducir el curso, suele derivar en que la siguiente sesión la atención ya no sea la misma. Si los docentes llegamos al plantel para encontrarnos que no asistieron los estudiantes o que, por alguna razón política, estructural, sindical, no habrá sesión del curso, o la escuela simplemente está cerrada, encontraremos escasa motivación para preparar las siguientes sesiones… a menos que esas sesiones no realizadas aprendamos a tomarlas como un desafío para las siguientes que sí se llevarán a cabo.
Pero hay desperdicios más sutiles: que haya sesión y que resulte sosa, improductiva, conflictiva, aburrida, inaudible, inútil, carente de sentido. En esos casos, hay responsabilidades compartidas. Así como no podemos hacer responsable a nuestra pareja por nuestra infelicidad, de la misma manera, desde una perspectiva responsable, habremos de asumir que aprovechar las sesiones depende de más de una persona. Aunque podemos aprovechar el tiempo en la biblioteca, en los jardines, charlando o discutiendo, aclarando o preparando otros temas, la interacción en el aula está planeada para estimular el aprendizaje. Y cuando no hay aprendizaje, a veces solo sacamos la moraleja de que no vale la pena asistir a la escuela si la estancia en ella se convierte en un desperdicio de tiempo.
Desde la perspectiva de los docentes, tenemos la responsabilidad de asegurarnos que queden claros los propósitos del curso y de cada sesión, y enfatizar las veces que sea necesario la relación de lo discutido/expuesto/debatido en cada sesión con el objetivo del curso e, incluso, de la formación en determinada disciplina. ¿Y esta sesión en qué promovió el aprendizaje? ¿Qué aprendí y qué aprendimos en estos minutos u horas que estuvimos reunidos?
Realizar cotidianamente los traslados a la escuela no es el objetivo en sí mismo. No es que nos guste observar esa ruta específica. Si queremos conocer la ciudad más cabalmente podríamos utilizar otras rutas y prestar atención a lo que pasa en otros caminos y entre otros puntos de partida y de destino. Incluso en otros horarios menos saturados de transeúntes y usuarios de las diferentes modalidades de traslado. Nuestro traslado es un proceso de mediación para llegar a las sesiones que, suponemos, dan sentido a nuestros aprendizajes cotidianos. Está en nuestras manos aprovechar la presencia en el plantel lo mejor posible, con las interacciones y actividades que nos aporten mayor utilidad para el ejercicio de una determinada profesión.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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