¿Qué tan superfluos resultan los docentes?

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

En algunos grupos de estudiantes, en especial de educación superior, suelen darse discusiones que demuestran que están bastante actualizados en cuanto a información y argumentos en torno al tema del día. Hay momentos en la elaboración de reportes en que los estudiantes, sean del nivel que sea, muestran sus experiencias y sus hallazgos de maneras creativas, claras y concisas y uno podría preguntarse si la presencia del docente en ese momento sería necesaria para la claridad lograda. En determinadas ocasiones, estos estudiantes ni siquiera requieren que se moderen sus participaciones, pues suelen ser puntuales y al grano. Es entonces cuando surge la pregunta de si el docente debería guiar la discusión o convertirse en un argumentador como cualquier otro.
En estas situaciones se puede pensar en el papel del director de una orquesta de músicos como una analogía adecuada. Parecería que quien dirige la orquesta es quien menos esfuerzo hace y que los músicos no requieren que se les de la entrada, o se les limite, o se les marquen tiempos o tonos, pues ya saben lo que tocarán y cuándo. Es claro que muchos estudiantes saben de lo que discuten, pero no siempre queda claro cuál es la utilidad o el grado de generalización que se puede aplicar a lo que se habla: ¿se trata de aprender sobre determinado tema, o se trata de aprender a exponer con claridad los argumentos?, ¿o se trata de un ejercicio en el que los estudiantes aprendan a escuchar las posturas de los demás participantes?
A mi parecer, el docente tiene un papel que parecería superfluo cuando los estudiantes ya han aprendido muchas de las cuestiones que se derivan de sus participaciones, sus productos o sus hallazgos. Es decir, cuando ya se han convertido en estudiantes “expertos” y pueden anticipar hacia dónde irán los cuestionamientos del docente en la argumentación en torno a un tema: ¿se trata únicamente de aprender para esa ocasión? Lo más probable es que ese ejercicio, de ese momento, esté sirviendo como base para aprendizajes para otras ocasiones, otros temas, otros grupos, y es ahí en donde quien ejerce el papel de docente debe ser capaz de estimular que esa discusión no quede en ese punto: debe impulsarla para que los estudiantes encuentren las contradicciones, las moralejas, las analogías con otros temas, las posibles aplicaciones de esa lógica en otros campos o en otros productos, más complejos, que deberán elaborar los estudiantes que se convierten en iniciados en determinadas disciplinas.
Puede pensarse también en el papel de los interlocutores en los consultorios psicológicos o incluso en los bufetes jurídicos: se trata de encontrar otras perspectivas para plantear y e interpretar las situaciones problemáticas. Mientras que los docentes son profesionales en hacer que los estudiantes interpreten más allá las situaciones, los profesionales de la psicología o del derecho asumen un papel de docentes al hacer ver a sus asesorados las implicaciones de distintas soluciones, en el corto y en el largo plazo. La medida en que los estudiantes se introducen en la “cultura” de determinadas disciplinas y asignaturas está condicionada por la manera en que los docentes les permiten, con su experiencia en el campo (a veces limitada, a veces enorme) acceder a nuevas implicaciones de los temas y procedimientos que se tratan en cada sesión. La gran ventaja de los distintos estilos de docentes es que no nos parecerán superfluos si logramos comprender de qué manera sus experiencias y conocimientos pueden servir de contrastes para las experiencias de los estudiantes que comienzan a conocer los secretos de determinados procedimientos o determinadas disciplinas.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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