Prioridades educativas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

En tiempos de incertidumbre moral, la escuela se ha convertido en la normalizadora de las formas de convivencia. Tal vez se trate del único escenario donde la interacción tiene objetivos definidos (los aprendizajes) y roles aceptados (maestro-alumno). O casi.
La prioridad de los maestros es la seguridad de sus alumnos. Entregarlos al final de la jornada completos. Sin raspaduras ni sobresaltos. Las noticias de alumnos que inflingen su rencor sobre los otros a balazos parece una posibilidad latente que las escuelas deben evitar. Que los alumnos aprendan quebrados tiene una importancia menor. Al menos, adicional.
Es deber de las instituciones educativas garantizar la integridad humana de los niños y adolescentes. Que su frágil condición emocional quede resguardada por las intervenciones oportunas de los maestros. Son los mentores quien hoy tienen el deber de enseñar a los infantes a convivir. A respetar a los otros y a sí mismos y a establecer bases de respeto ideológico y ético. El “cuatrojos” de antes hoy es el compañero con debilidad visual que merece el auxilio moral de sus iguales. El gordo, el raro o el torpe para el futbol se han convertido en el motivo de las estrategias magisteriales. El trabajo por proyectos promueve de manera paralela el que los niños se adiestren a realizar tareas en común. Aprender con otros.
La escuela promueve experiencias educativas cuyos indicadores son la satisfacción de los niños. Su felicidad. Sus ganas de superar sus propios límites.
Únicamente bajo estas condiciones, un niño puede aprender un quebrado, la importancia de la Revolución Francesa o las partes de la célula.
La logística de la escuela contempla las actividades dentro y fuera de las aulas, desde el toque de inicio de labores hasta el término, incluidos los recesos, los cambios de clase, la compraventa de tortas en la tiendita… Hasta las ausencias de los maestros obligan la implementación de un dispositivo intencionado de contingencia.
Todo es motivo de aprendizaje y los maestros diseñan estructuras que aseguran el control, la supervisión, el cumplimiento de auténticas experiencias humanas de sus alumnos.
Ya no basta el fomento del saber sino también del ser y del hacer.
Y en tal transcurso, deben existir registros de cada alumno que permitan identificar cuán mejor leen, patean una pelota, resuelven un conflicto (perdonan, acuerdan, muestran compasión)…
De manera que el oficio docente obliga a mucho más que enseñar un tema. Más allá de un expositor, el profesor se convirtió –tal vez siempre lo fue– en un canon. El prototipo de lo humano que los estudiantes disciernen.
En un país lleno de corrupción, inseguridad extrema, ausencia de virtudes, alguien debe poner remedio.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Graciela Bravo

    Si, alguien debe poner remedio, pero cada vez se dan más responsabilidades al maestr@ y a los padres? Finalmente ellos decidieron ser padres y nadie los responsabiliza de nada, incluso si los niños son gordos la escuela vende cosas chatarra es culpable de la obesidad del niño, es muy complicado ser maestr@ y debe aprender además de todo lo relacionado con la pedagogía, debe saberse todo el “chorro” de protocolos…se me hace complicado para la docencia

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