Primos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los primos representan una posibilidad de sí. Un rumbo diferente de nosotros que la mezcla genética y las circunstancias de la vida emprendieron hacia otro destino.
Los primos comparten anécdotas comunes, cuya intensidad y significado varían diametralmente: lo que para uno fue una situación divertida, para el otro determinó una tragedia. Los primos son algo más que amigos y algo menos que hermanos. No existe entre ellos un compromiso de sangre sino un vínculo de historia. Compitieron por afectos y riñeron por posesiones. Tuvieron los mismos abuelos, pero no fueron los mismos nietos.
En todo primo cabe un reproche. Un desvarío. Un remordimiento. La crueldad es condición del crecimiento; la compasión, un acto que sublima el origen.
El cariño entre primos es un sentimiento tácito. No se dice ni se demuestra. Se sufre. Se trata de un sino que determinará la amistad o enemistad de un tercero, sólo por tratarse de un primo. Por extensión, pertenecen al mismo campo semántico con que los otros definirán el grado de simpatía que el apellido difunde. Si alguien cae mal, cae mal con todos sus primos. Y viceversa.
Los tíos del primo, que son los padres biológicos de alguien, resultan los educadores más severos. Lo que en el hijo es gracia en el otro es falta de respeto. Todos los sobrinos son unos malcriados. Son menos bonitos. Son más rupestres.
Tener primos es tener espejos. Reflejan la bondad y la maldad de las que somos capaces. Un primo es un yo distorsionado. El habitante extremo de los deseos y de los miedos. La imagen de nosotros localizada en la otra orilla. Después de la frontera; detrás del escenario. Sus muecas y berrinches y sus ternezas y clemencias son nuestro mejor acto de contrición: lo que no queremos, lo que anhelamos, lo que tememos.
Los primos crecen. Se quedan sin tíos y sin padres; a veces sin otros primos. En las reuniones de mayores resignifican su infancia. Repiten las anécdotas que han repetido cien veces. Y un día las cuentan de distinta manera y perdonan el pasado y entienden por fin el presente. Sus pasos son otros pasos. Sus ansiedades son cautelas y sus aficiones, aprendizajes. Saben que los tíos tenían razón pero es demasiado tarde para revelarlo. La edad les dice que no tiene caso manifestar nada. El perdón es inherente al vínculo. No hace falta decirlo. Ya viejos son capaces de un abrazo sincero. Ese será su mejor recuerdo.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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