Pero, si así estamos a gusto

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Sucede incluso en los matrimonios: una de las partes empieza a ver cosas que siente que no deberían darse en la relación, mientras que la otra sigue feliz de que la relación vaya tan bien. Hasta que quien es presa del espíritu crítico y de la angustia anuncia su decisión de separarse porque, precisamente, la contraparte está como si nada en mitad de la tormenta que ha vivido durante un largo periodo de tiempo. La sorpresa para quien estaba en la complacencia y la felicidad es mayúscula y no queda más que exclamar: ¡pero si estamos tan a gusto!
En algunos casos, la rutina escolar nos da tantas certidumbres que nos olvidamos de ver a nuestro alrededor y hasta pensamos que “así ha de ser” lo que hacemos todos los días. En un contexto social, espacial, pedagógico al que estamos tan habituados, unos cuantos comienzan a ver situaciones que no les gustan o que podrían mejorarse; mientras que otros siguen tan enfocados en hacer lo que hacen bien que no creen que el contexto podría mejorar de manera notable. Unos comienzan a proponer cambios y transformaciones, alteraciones, remodelaciones, demoliciones, deconstrucciones y reconsideraciones, mientras que otros no hacen sino extrañarse frente a tanto escombro, tantos planes y nuevas rutas.
A unos se les tilda de inconformes e hipercríticos, a otros de conformistas y carentes de visión y de resistirse al cambio. Algunos argumentan que las cosas deberán cambiar porque de seguir en ese camino sólo se irán deteriorando y cada vez serán peores. Otros alegan que si las cosas han salido bien hasta el momento y a sus oídos no han llegado quejas de aquellos a quienes atienden, en especial estudiantes, padres de familia y directivos, ha de ser porque las cosas marchan mejor que sobre rieles. A unos se les tilda de viejitos ideáticos. A otros de jovencitos inexpertos. Y es ahí donde se arma la remambaramba y la de Dios es Cristo.
Entre los que proponen cambios se polarizan las posiciones entre quienes quieren reformas graduales y entre quienes quieren que sea todo de zopetón y declaran que vale la pena hacer una revolución. Entre quienes se sienten a gusto y ven el estado de cosas como el natural, deseable y idóneo, algunos comienzan a dudar y se preguntan si algún cambio en los recursos a la mano sería conveniente. Porque, pensándolo bien, pongamos por caso, un elevador para llegar a los pisos altos no sería mala idea. O a lo mejor los que se inclinan por el cambio tienen razón y un horario más compactado podría representar la oportunidad de hacer otras cosas, en otros días y en otros lugares.
Y algunos de quienes promueven el cambio se dan cuenta de que Juan Gabriel tenía razón cuando empiezan las complicaciones y comienzan a preguntarse “¿qué necesidad, para qué tanto problema?” ante la resistencia de colegas y autoridades a hacer las cosas de otros modos. Algunos de quienes se resistían al cambio se dan cuenta de que si es cuestión de moverse habrá que hacerlo en determinada dirección. Y quienes querían cambios radicales se dan cuenta de que algunos de sus privilegios se esfumarán. Así que propondrán seguir a un ritmo en el que estemos a gusto, mientras que otros propondrán que se conserven las cosas cómodas y convenientes y que llegue alguien a retirar las cosas incómodas y que estorban a las rutinas diarias. Algunos de los rutinarios se convertirán en reformistas, otros en revolucionarios. Algunos de los revolucionarios propugnarán que haya cambios pero que ya no se alteren las transformaciones que tanto trabajo tomó hacer radicales. Y algunos estarán a gusto, y otros a disgusto. Cuestión de proponer cambios.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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