Perdedores
Jorge Valencia*
Ni la fe zapopana pudo insuflar el espíritu del triunfo sobre la realidad del resultado: Somos malos. Estamos hechos para perder.
La selección nacional de futbol, en su versión sub-20, corrió la misma suerte de su equivalente sin límite de edad: una perdió 2-0, la otra por 4. Ninguna metió gol. La mayor disputó un juego amistoso; la menor, el partido de los cuartos de final de un mundial con límite de edad. Ninguna pudo ni meter un gol. Los menores quedaron fuera del torneo; los grandes sólo consiguieron la desilusión para la competencia por venir: El mundial. Éste sólo era un juego amistoso.
Puede ser que los futbolistas mexicanos se agranden. Salen a jugar los partidos ante equipos mejor rankeados con sobrada confianza. La formación que el entrenador elige peca de ingenuidad y parte del principio de que somos iguales. Tal vez debamos empezar a reconocer que no. Jugar con 10 atrás y esperar un contragolpe afortunado. Como el gol de Chucky Lozano contra Alemania en la copa del mundo antepasada: México aguantó los embistes alemanes con estoicismo y un pase al vacío de 50 metros permitió la hazaña del egresado de Pachuca. Metió un gol contra pronóstico que le dio la victoria a los verdes.
Se trate de selecciones menores o no, los rivales siempre son más fuertes. Están mejor preparados. Ellos sí quieren ganar. Los nuestros juegan como si fueran cracks. Pretenden florituras. Quieren jugar bonito. Hacen faenas para lucirse, no para ganar.
Con su tercera oportunidad en el banquillo, el entrenador en turno no ha sido capaz de imponer un sistema en sus seleccionados que prescinda de jugadores de excepción que puedan resolver un juego mediante el puro talento. Los nuestros requieren sacrificio, juego colectivo que compense las mayores virtudes de los contrincantes. Lo malo es que faltan ocho meses para el mundial y el entrenador no parece encontrar el rumbo.
Para los mexicanos, el futbol es una actividad que reaviva nuestra identidad, cuando se trata de competir. Tal vez ocurra lo mismo en otras naciones (de hecho, ocurre). Este deporte se convirtió en una batalla sin balas que somete a dos países a una disputa en pantaloncillos cortos. Los partidos oficiales son antecedidos por sendos himnos nacionales. Y sigue ganando el que más recursos estructurales tiene: Casi siempre Europa. Aunque Sudamérica compensa la falta de recursos económicos con el talento y la ambición deportiva de sus jugadores: Ser buenos les da una expectativa de vida multimillonaria, en el mejor de los casos. Los astros del futbol se convierten en arquetipos del éxito.
En México existen algunos ejemplos contados: Hugo Sánchez, Chicharito, Andrés Guardado…
Detrás de cada contienda, existen millares de aficionados que fortalecen o debilitan su identidad colectiva en un resultado. Para nosotros, perder nos regresa a un estado mítico en el que el “ya merito” o el “jugamos como nunca y perdimos como siempre” nos define como pueblo y nos obliga resiliencia y resignación.
*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx