Pequeños detalles

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Con la estancia en un campus relativamente nuevo, tengo la sospecha recurrente de que existen muchos políticos y muchos arquitectos e ingenieros que no solían asistir a clase. Encuentro tantas oportunidades desaprovechadas en la infraestructura de los edificios universitarios que no creo que le hayan dedicado el tiempo suficiente para preguntar a algunos docentes y estudiantes qué necesidades de espacio tienen y qué actividades realizan en esos espacios. En ese centro universitario parecería que no se les ocurre que los salones se hayan construido para tener sesiones de clase. Aunque tampoco se me ocurre, siendo yo un lego en el diseño de espacios, para qué pensaron que deberían servir.
Aunque no sé mucho de cómo diseñar espacios, tengo alguna experiencia utilizando las aulas, primero como estudiante y luego como docente. Me da la sensación de que, dado que existen aparatos instalados en cada aula para que las imágenes se proyecten hacia la misma pared a la que suelen estar orientadas las sillas, cabría pensar en que la superficie de proyección, en aulas tan anchas, no fuera la misma en la que se encuentra fijo el pintarrón.
Las personas expertas en arquitectura, ingeniería, decoración jamás pensaron que sería deseable usar al mismo tiempo el pintarrón que la pantalla para proyectar. Y como no lo creyeron deseable, optaron por hacerlo imposible. La pantalla tapa el pintarrón, así que no se puede discutir lo que se proyecte (imágenes de una presentación en power point, o una película, o algún texto), al mismo tiempo que se escribe en el pintarrón. Para subir la pantalla hay que apagar el proyector, así que tampoco se puede proyectar imágenes directamente sobre el pintarrón y anotar o dibujar, junto a las imágenes proyectadas, otras palabras o imágenes con marcador.
Para hacer más divertida la hazaña, las conexiones eléctricas quedan lejos de donde están las conexiones de la computadora con el proyector, así que los cables son apenas suficientes para lograr que la computadora alimente las imágenes al proyector al mismo tiempo que su batería se carga de electricidad. Algunos profesores han señalado también la imposibilidad de oscurecer los salones para proyectar videos que se discutirán como parte del proceso de aprendizaje y reflexión de determinados temas o épocas. Quizá por omisión o quizá porque se trata de que todo se vea igual, las aulas son todas tan similares que no es posible distinguir unas de otras. Algunas tienen números en pequeñas placas, pero no hay un código de color para identificar ni en qué edificio se ubica cada una de las personas que busca un aula, ni los edificios tienen nombres (de los héroes y pioneros de las disciplinas que se enseñan en la universidad, por ejemplo) ni mapas para saber qué departamentos, grados o especialidades existen más allá del punto en el que se para determinada persona.
Los especialistas en diseñar esos espacios, con el apoyo de los políticos o los funcionarios que debieron vigilar que la construcción correspondiera con los usos, no consultaron a los usuarios de esos edificios tan uniformes y, por ende, han logrado imposibilitar algunas actividades (como proyectar y al mismo tiempo escribir) y dificultar la orientación de quienes usan esos edificios. Al principio del semestre es frecuente que grandes hordas de estudiantes y docentes busquen desconsolados, sin mapa y sin brújula, el aula en la que deberán reunirse. Se sabe de casos de algunas personas que no encuentran el aula por no estar marcada y optan por regresar en otra ocasión. Horas antes de escribir este texto supe de una maestra que seguía buscando, desde el día anterior, la ubicación de un posgrado al que aspira ingresar. Dejó su búsqueda en la noche anterior y en la mañana la emprendió nuevamente. ¿Convendría quizá reclutar geógrafos y pedagogos en vez de arquitectos y políticos?

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Irma Beatriz García Rojas

    Totalmente de acuerdo. La arquitectura demuestra en cada obra de uso cotidiano, que es seguro que se siguen las leyes del mercado, de la máxima ganancia, de la espectacularidad, pero no siempre de la belleza y menos de la elemental satisfacción del usuario.

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