Patria
Jorge Valencia*
A la hora del Grito, todos somos mexicanos practicantes. Los héroes que nos dieron patria se anuncian actualizadamente multiplicados. Entre Hidalgo y Allende se asoma Vicente Fernández y Juan Gabriel con todo su mariachi rosa. Cuando se ondea la bandera, se expulgan prohombres y se reafirman mártires cuyo nacionalismo consiste en tirar balazos al aire y beber mezcal con gusano. O meter goles de chilena.
Todos los que quieren, caben: políticos y deportistas, profesionistas y académicos, burócratas y graffiteros, hasta pillos y curas. Todos tienen un lugar y una función adentro de la empresa emocional de construir una nación vigente.
Como un mal necesario, las elecciones tantean la popularidad de quienes prometen lo imposible y representan los desamparos. Ningún candidato merece la inocencia. Vivir de los demás conlleva una culpa. Palacio Nacional se ocupa por funcionarios que desquitan sus fueros mediante el tañir de la campana.
El 15 de septiembre admite una tregua. El patriotismo no cobra “cover”. Las etnias que no hablan español cantan el Himno de oídas. Los que cruzaron el río vibran por un país que no conocen y una cultura que les teme. La mexicanidad es un símbolo que se acicala las trenzas y se cubre el frío con un rebozo. El sur y el norte coinciden. La costa y la montaña y el llano.
Los ríos de gente acuden con las campanadas como moscas a la inmundicia. Saturan las calles. Tiran basura tricolor y comen garnachas. Las agruras son mexicanas y los remedios, tequila con limón “pa’ que amarre”. La Patria mana de la nariz de los niños chamagosos que se limpian los mocos con la manga de la camiseta de la Selección. Las señoras se dejan pasear con las enaguas anacrónicas y los niños de pecho mamándoles la identidad imaginaria. “¡Viva México!”, dice el Presidente a través de los altoparlantes y de los televisores que repiten lo que todos queremos oír: que tenemos un origen en forma de águila, de víbora devorada y de nopal que fundamenta nuestra raza.
México es un consenso. Un ideal. Lo que queremos ser, tener. Tarugos que aprietan el traje de charro y faldas de colores que provocan rehiletes, como una fe.
Más que una conducta, nuestro país es una aspiración. Admite sueños e intenciones. Un orgullo que se comparte y se disipa. Se expresa con fervor deshinibido. Al grito de “guerra”, todos somos mexicanos. El acero y el bridón vienen después.