¿Para qué dialogar?

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Ante esa pregunta, hay una historia de huevocartoons que responde: “si las cosas pueden arreglarse a golpes”.
Desafortunadamente, es ésa la actitud que muestran algunos gobiernos cuando el pueblo al que deben servir se organiza para protestar o para obstaculizar sus acciones; en todo caso, para OBJETAR acciones que resultan económica, política o generacionalmente insensatas. Y es también la actitud que asumen algunos funcionarios aun cuando no sea ésa la política oficial.
Hay niveles de gobierno y ámbitos escolares en que la cerrazón al diálogo se convierte en el pan de cada día. Hay quienes prefieren aplicar la “ley del hielo” y dejar de hablar a quienes solicitan solución a sus demandas después de dialogar y negociar. Alguna vez Carlos Salinas de Gortari espetó a algunos diputados de la oposición: “ni los veo ni los oigo”, frase que se ha convertido en lema de quienes, estando en posición de escuchar y de tomar en consideración otras posturas, se niegan a ver posibilidades de alternativas.
Es triste que en algunas parejas (de personas, de grupos, de intereses) esa cerrazón al diálogo se convierta en la interacción cotidiana. Aunque, una vez iniciado un conflicto, la estrategia de no hablar para no pelear acaba por derivar en mayores enfrentamientos y en un eventual divorcio. En las instituciones, la negación del otro como digno interlocutor acaba por elevar el tono de las manifestaciones y, con ese pretexto, quien detenta más poder y más posibilidades de represión a quien busca reconocimiento, acaba por dar de garrotazos y tratar de arreglar las cosas a golpes.
Suponer que las cosas se pueden controlar con la amenaza de la represión, de blandir el “usted se calla, que quien manda soy yo” deriva en mayor violencia y en mayores razones para el resentimiento y para la protesta. Quien ejerce de funcionario de una institución suele asumir la postura de controlar y aplicar reglamentos, a veces sí y a veces no y de repente esperar que de determinado punto en delante todo mundo sea obediente a reglas que ni los mismos funcionarios conocían previamente y que poco les preocupaba aplicar… hasta que llega una crisis en la que prefieren aplicar reglas a rajatabla en vez de dialogar para que éstas se asuman por consenso.
En el contexto de la educación existen muchos ejemplos, dentro y fuera de nuestro país, en distintos niveles: en los casos en que los estudiantes o los docentes solicitan o exigen determinados cambios o se oponen a las imposiciones de quien administra o gobierna, es frecuente que haya funcionarios o gobiernos enteros que se cierren a dialogar acerca de la aplicación de las medidas. La visión de que se trata de reglas absolutas que no están a discusión acaba por generar mayor oposición y a alargar los conflictos durante meses o años, a generar posturas radicales y a establecer enfrentamientos que salen de los intentos de resolver en mesas de diálogo.
Lo que hay que tomar en cuenta es que, si los interlocutores están en posiciones similares de poder, o aspiran a que se les reconozca una posición desde la cual pueden negociar, el diálogo puede prolongarse. Y si hay alguno de los interlocutores que desespere, es probable que recurra a arreglar las cosas al estilo sugerido por la irreverente tira cómica.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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