Para ponerse a llorar

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

En días pasado fui a una sesión de un curso con jóvenes recién egresados del bachillerato. A lo largo de mi exposición utilicé algunos ejemplos breves para ilustrar algunas ideas. Aludí a personajes de la literatura y a personajes del cine, de las tiras cómicas y de la disciplina de la que trata el curso. En cada historia que narré detecté algunas caras de extrañeza. Hasta que pregunté si recordaban el pasaje que yo comenté. Alguna de las estudiantes señaló que ni siquiera sabía de qué autor o película, o serie de películas les hablaba yo. No sabían si la historia venía de un libro, de una tira de dibujos o de una película actual o del pasado.
Unos momentos antes de comenzar la sesión, uno de los funcionarios de la institución, al escuchar el nombre de uno de los estudiantes fue ágil en la asociación: “ah, sí, es fácil acordarse de tu nombre. Basta recordar a Oscar Wilde y la importancia de llamarse…”, acotó. Unos momentos después me daría cuenta de que ni siquiera Ernesto captó la alusión a la traducción tradicional del título de la obra de Wilde. Al revisar mis alusiones con esos estudiantes comprobé que no tenían idea ni de quién era Joan Manuel Serrat (utilicé una frase de una de sus canciones para aludir a la responsabilidad social con “cada niño es el tuyo…”), ni Joaquín Lavado, Quino, ni siquiera su personaje, Mafalda, mucho menos de Susanita cuando declara: “es envidia, que le llaman…” (como referencia a las críticas ad hominem en vez de a los argumentos). Podría ser que las referencias en español no fueran tan globales o quizá no remitían a alguna experiencia para esa generación, tan joven. Pero al explorar acerca de las referencias a otros personajes, tampoco les pareció conocido Yoda, de la guerra de las galaxias, ni mucho menos Sigmund Freud (¿quizá Arnold Schwarzenegger, como ejemplo de una persona de origen austriaco?, me pregunto), como representante de una escuela de psicología vienesa. Nadie había escuchado palabra alguna de Jean Paul Sartre, de Erich Fromm (ni siquiera por El arte de amar, tan necesario para sobrevivir la adolescencia de otras épocas), de Víktor Frankl.
Así que interrumpí mi explicación e intento de diálogo para preguntar: ¿qué libro han leído recientemente? De las trece personas, sólo dos pudieron describir qué libros habían leído recientemente, una sin saber de qué autor y la otra recordó título y autor; las demás simplemente confesaron: “es que no leo mucho”. Hice acopio de autocontrol para no llorar por la pobreza literaria a la que habían sido expuestos esos jóvenes. Y también pobreza en referencias culturales o cinematográficas.
No mencioné en momento alguno de ese curso las historias de Clitemnestra, ni de Edipo, ni siquiera de Zeus, o de Aquiles, que solían ser referencias de la mitología clásica con las que crecieron los jóvenes de siglos anteriores (a las que Freud hacía referencia con gran naturalidad, pues podía asumir que sus lectores conocían esas narraciones). Puedo entender que algunos jóvenes vean a Thor simplemente como un personaje de Marvel (que hace referencia a la razón por la que el rayo y el trueno estén asociados al nombre de Júpiter, al jueves y al Thursday), pero acabo por entristecer aun más cuando, si no reconocen ni un personaje de cine, ni saben quiénes son los Simpson, menos pueden entender sus referencias eruditas y cinematográficas en cada episodio. Por lo que mi pregunta habitual en los cursos, “¿cuál es la MORALEJA de esta historia, de esta lectura, de esta sesión?”, queda vacía de sentido pues no hay una vinculación de las posibles exposiciones en clase con los textos más inmediatos, mucho menos con las ideas a las que remiten esos textos y los temas tratados en las sesiones.
Las ganas de llorar por la ausencia de referencias culturales de esos jóvenes se convierten en desesperación pedagógica, pues resulta que en esos grupos de estudiantes en que ha habido pocas lecturas y poca exposición a figuras y culturas compartidas no es posible bordar más ideas complejas cuando las narrativas más “superficiales” no se han convertido en parte de su bagaje de referencias. Habrá que explorar (todavía) si al menos algunos de los personajes de las mitologías mesoamericanas o de la historia de México logran generar algún recuerdo que pueda asociarse con otras narrativas de las ciencias sociales.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

  • Manolo

    Los saberes y suposiciones de cada generación de estudiantes y docentes tienen fecha de caducidad. Los encuadres de cada curso son para medir no las peculiaridades de lo que sí conoce el otro sino para marcar la distancia entre lo que deberían conocer según alguien y la realidad. Porqué no iniciar con un qué te gusta? Tienes algún talento no académico? Qué hacen cuando no hacen nada? Conocerlos y no prejuzgarlos. Digo, para empezar

  • Jorge Triaba

    Triste realmente y lo peor jóvenes enl la vorágine del populismo no ilustrado

  • Hugo Isrrael

    Una sociedad que campea por un mundo globalizado, donde se exponen con relativa facilidad y al alcance de la mano, las diversas bonanzas de los avances tecnologicos que se enfocan no al cultivo y desarrollo de la mente, via el pensamiento critico, sino a la interpretacion del mundo a traves del conocimiento fugaz de los descubrimientos maravillosos de la ciencia, nos lleva a alejarnos cada vez mas del humanismo y sensibilidad que nos despierta la lectura de libros.

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