Pájaros

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La visita de un pájaro es un mensaje enigmático. El poeta Raúl Aceves escribió que el día se puede dividir en antes y después de ver a un colibrí. Su mensaje es un mensaje de libertad (las jaulas en que algunos viven son una forma inútil de constreñirla; y en ese caso, el mensaje es de desolación). Los pájaros buscan alimento y protección de la intemperie. Las golondrinas vuelven. Adquieren condominios a plazos que pagan a muchos años. Las aves migratorias poseen sentidos de orientación que resultan un misterio para la ciencia. Viajan miles de kilómetros para regresar al nido, donde se aparean y empollan hasta que pasan las lluvias y se van. Los versos de Bécquer son célebres al respecto.
Los poetas las refieren como el símbolo de su propia falta de un lugar en el mundo. Están hechas para volar: todo nido es provisional. Todo poeta es pasajero.
Un ave lastimada de un ala es un ser condenado a muerte. En el código científico de los biólogos está la consigna de dejarlos sin intervenir su destino. Cuando un pájaro sin alas busca una casa con gente, endilga una obligación: la de protegerlo y curarlo y darle alpiste y una jaula con las puertas abiertas para que se vaya. O se muera.
Un pájaro lastimado exige un compromiso para el que no todos están preparados. Ni siquiera el pájaro. Salvo los que nacen enjaulados, los pájaros son seres desconfiados por naturaleza. Están hechos para huir del acecho. Sus movimientos rápidos y su corazón constante los disponen para el escape. Por eso no generan vínculos con las personas. No los silvestres.
Los gorriones cantan canciones de territorios distantes. Se paran en las cornisas a entonar serenatas de una esperanza improbable. Las palomas son aves bobas. Sólo comen y cagan. Al punto que se han convertido en una plaga. Los búhos de ornato pueden espantarlas hasta que tantean su falsedad y entonces les defecan encima. No por eso son menos bobas. Son bobas, pero son cínicas.
La ciudad alberga especies de pájaros grises. Nos llegó una colonia de pericos que enverdecen las azoteas y ensordecen las conversaciones. Son pájaros gritones que no cantan. Los canarios son los solistas de las aves. A diferencia de los gorriones, son pájaros felices. Sus recados son simples y cursis y atraen a los gatos.
Hay pájaros negros a los que les gusta picotear los espejos retrovisores de los coches, como librando batallas contra sí mismos. O contra el Hombre y sus inventos fútiles.
Un pájaro lastimado demuestra el fracaso de nuestra civilización: hemos llegado a Marte pero no podemos restituirles un ala. Nada podemos contra su desamparo. Sólo el sucedáneo de la prosa. Y esperar.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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