Nuevo ciclo, eclipse parcial

 en Jorge Valencia

Jorge Valencia*

El ciclo escolar comienza el lunes 21 de agosto con esperanzas y expectativas. Los alumnos esperan conocer nuevos amigos. Que la maestra sea amable. Guapa, según los alumnos más grandes (o los más chicos, cuyos padres esperan conocerla pronto). Y que Matemáticas esta vez resulte fácil de aprender.
Los maestros esperan contar con alumnos más capaces. Que la institución educativa donde están contratados los provea de recursos didácticos suficientes y que su salario supere los índices de miseria a los que están acostumbrados. O que les ofrezcan una coordinación.
Los directivos esperan familias tolerantes. Cuando menos corteses. Maestros que no exijan prestaciones laborales irracionales y alumnos obedientes, bien atendidos por sus padres.
La Secretaría de Educación espera que el ciclo transite sin contratiempos. Que el cambio de administración dé continuidad a las políticas implementadas a duras penas y que, en general, los alumnos mexicanos asciendan notoriamente en las pruebas comparativas aplicadas en el mundo.
Como un augurio, el ciclo escolar comenzará con un eclipse. En nuestro estado, será parcial, como un día nublado.
Históricamente, los eclipses han sido interpretados desde los parámetros de la superstición. En términos científicos, Einstein demostró la relatividad mediante la curvatura de los rayos del sol ocurrida durante un eclipse, en 1919. Los mayas se destacaron en la previsión de los eclipses cuando Europa aún era territorio campal, posesión de bárbaros y fanáticos.
La literatura abunda en textos de ficción que aluden al fenómeno solar. En “Del amor y otros demonios”, Gabriel García Márquez recrea una historia ocurrida en el siglo XVIII, donde un eclipse desencadena hechos de lamento ligados al fanatismo de un pueblo de la América hispana. La metáfora de nuestras sociedades contemporáneas, en América Latina, es contundente.
El fenómeno no puede apreciarse directamente por el riesgo de sufrir lesiones oculares importantes, hasta la ceguera. Paradójicamente, la magnificencia de un eclipse sólo puede admirarse a través de sus efectos: la repentina aparición a deshoras de la noche. Y revisar los detalles con el favor de la tecnología. Cuadro a cuadro, podemos seguir el recorrido del sol en un monitor del televisor.
Regresan a clases 25 millones y medio de alumnos de educación básica en todo el país, atendidos por más de un millón doscientos mil maestros. Esa cantidad de niños entre 3 y 15 años rebasa la totalidad poblacional de muchos países. Todas nuestras políticas sociales se ven rebasadas por la densidad demográfica.
En los portales de la Secretaría, cientos de padres de familia solicitan día de asueto por causa del eclipse, como si la paternidad responsable atribuyera los criterios de la deformación de sus hijos a los maestros. O al menos, como si ese criterio se mantuviera siempre. A la hora de los Consejos Técnicos, nadie quiere a sus hijos en casa.
El problema de educación en México radica en la falta de acuerdos. Que dos secretarios hayan ocupado el cargo durante el sexenio (hasta ahora) es un indicador ilustrativo. Cuando hay que diferenciar el Bien del Mal, todos se echan la bolita. Los mexicanos crecemos silvestres y voluntariosos entre la llovizna de una diatriba pueril. Nuestra buena educación es autodidacta.
El eclipse es un símbolo del ciclo que empieza. Ni siquiera será total.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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