Nos hacemos los disimulados

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Ya sabemos que el agua es más sana que los refrescos. Sabemos que no debemos exponernos al sol por periodos prolongados. Que debemos hacer ejercicio y comer alimentos bajos en grasas o azúcares. Que las adicciones pueden ser fatales. Que somos mortales.
Todo eso lo sabemos. Y nos hacemos los disimulados. Como que la cosa no es con nosotros. Como que eso de la disciplina, el buen comer y el bien comportarse fuera para los demás. Y seguimos utilizando materiales que aumentarán el grado de contaminación del planeta, manejando automóviles y consumiendo alimentos que nos convertirán en enfermos crónicos. Como si a nosotros o a las siguientes generaciones de nuestra especie no se aplicaran las advertencias de médicos, ambientalistas, activistas, educadores.
Así, sabemos de médicos que, con el cigarro en la boca, aconsejan a sus pacientes que dejen de fumar. Sabemos de quienes, en la charla de sobremesa, con una bebida alcohólica en la mano, hablan de lo peligroso que puede ser consumir licores. O hablamos de los terribles accidentes que suceden en las carreteras y a renglón seguido conducimos un vehículo contestando mensajes o llamadas en el teléfono celular.
En buena medida, la educación que se imparte en las escuelas está relacionada con cosas que ya sabemos y que deberíamos perfeccionar. Aunque, en muchas ocasiones, nos hacemos los disimulados. Ya sabemos que debemos prepararnos con tiempo, que debemos estudiar a cabalidad, que es necesario esforzarnos para lograr mejores productos. Conocemos muchas normas para la convivencia y, en el momento en que más nos conviene aplicarlas, es cuando preferimos inventar nuestras propias estrategias para avivar los conflictos. Porque suponemos que en determinados casos podemos o debemos hacer excepciones a las reglas de convivencia.
Siguiendo la lógica de que, si alguien come más que yo cuando estoy a dieta, entonces lo que yo me haya comido no cuenta, tan solo porque, siendo el mundo tan relativo, mi conteo de calorías es menor que el del vecino. Y aplicamos esos criterios de relatividad cuando decimos que en otras instituciones están peor, así que asumimos que tenemos permiso de seguir haciéndolo tan mal como lo hemos hecho hasta el momento.
Cuando nos enteramos de nuestros achaques y de los pronósticos asociados, nos comparamos con nuestros colegas, amigos y parientes y, si vemos que no estamos “tan peor”, seguimos con nuestros malos hábitos, ya sean de salud, de alimentación, de trabajo, de estudio, de relación interpersonal.
Lo que no tardará en convertirse en simulaciones institucionales. Simulamos que somos los mejores en determinados indicadores, celebramos que haya quien mida ese indicador y nos quedamos con esa efímera victoria, sin ver que nuestras instituciones todavía tienen carencias (“áreas de oportunidad”, se les llama eufemísticamente) que no hemos logrado solucionar. De disimulo individual infectamos a nuestros colegas, para pasar del disimulo grupal a la simulación institucional. Nos contentamos con la fachada de que todo está bien, aunque sepamos que por dentro el edificio tiene cuarteaduras radicales.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar