No más

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Adiós al “puto”. La FIFA nos lo quitó con una contundente amenaza de veto. Los comentaristas deportivos aplaudieron la medida como una solución educativa; la omisión del grito nos devolverá el refinamiento y las buenas maneras. La plebe guardó el silencio pretendido con la mansedumbre temida. En algún momento, el futbol se convirtió en un espectáculo de culto, como la ópera. También ésta empezó en los potreros, con la escenificación de anécdotas del vulgo. El deporte más popular del mundo tiene al fin la aspiración de una bella arte.
Las fobias han quedado reducidas, cuando menos en México, a la anuencia de la Arena Coliseo. Sólo los enmascarados admiten una mentada de madre con la plasticidad de la huracarrana, la filomena, las espaldas planas de la caballerosidad deportiva. Ahí sí cabe el “pinche indio” y el “pinche maricón”. El teatro de la impostación donde el lenguaje es exorcismo e invocación. Sublimación de la esencia y la secreta aspiración: quien grita es más.
En el Azteca, alrededor de veintidós mil espectadores cantaron Las Golondrinas a una costumbre que diez años de no ganar nada pudieron aclamar con la inconsciencia colectiva. De hoy en adelante, el desquite ante la impotencia escudriñará versos alejandrinos para expresar lo mismo que la eufonía coreada de dos sílabas en estatus de tabú. Para nosotros, el futbol es una actividad que nos enseña perder. Así deberá ser.
Los censores de la FIFA, doctorados en felonía, han dictado sentencia. Los Mundiales sólo albergarán hidalgos de la derrota que animen en sordina las humillaciones alemanas, brasileñas o italianas, por nombrar algunas. El resto de los contingentes –incluido el nuestro– ha de doblegarse y callar. En eso consiste el “fair play”.
La restricción se justifica bajo el argumento de un insulto. Más que eso, el grito mana del ardor de no poder. De la continuidad del “ya merito” que trascendió al “un día podremos”. De los ratoncitos verdes al rival incómodo. El equipo que empata con Italia, le gana a Alemania y pierde con Estados Unidos. La oncena a la que le falta la suerte y le sobra el respeto que no tiene Maradona para meter un gol con la mano ni Robben para empinarse un clavado con descaro. La picardía que falta y el sosiego que no se sobrepasa. De ahí. El “puto” es el “císcale, diablo panzón”. El “viva México, cabrones” que sólo queda en “arriba Juárez”, en “chiquitibum bombito” que no asusta a nadie.
No más “puto”. Los fanáticos que van a Europa y Asia, a Sudamérica y África detrás de su sagrado once, deberán lavarse la boca con cloro. Contener la euforia. Guardar el respeto pretendido a quien considera insulto un anhelo por trascender cuatro de siete partidos que devuelvan algo de la identidad que en cada Mundial se pierde con marcadores adversos, la complicidad del árbitro, la mala suerte. Se nos acabó. Tendremos que volver a agachar la mirada y callar.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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