Neymar o el teatro del absurdo

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

En el teatro del absurdo futbolero, Neymar es primer actor de Broadway. El delantero brasileño es capaz de completar 20 minutos continuos arrastrándose de dolor si se suman sus “performance” de 5 partidos consecutivos. Sus muecas no parecen fingidas sino exacerbadas al límite de lo humanamente soportable. Cuentan quienes lo presenciaron, que en los campos de concentración nazis los condenados se encogían mientras el gas letal les inundaba los pulmones hasta matarlos; los gritos y plegarias eran fugaces, todo un acto aséptico y discreto. En cambio, Neymar se revuelca, abre la mandíbula, muestra al Cielo su cara sufriente y se soba las espinillas entre las piernas de los jugadores aturdidos, sin perder de vista al árbitro, público principal a quien le brinda su espectacular paroxismo. Los jugadores rivales lo aborrecen: Neymar se burla de ellos con una gambeta excesiva; cuando no cuaja, sólo vocifera y gime y luego se tira un clavado. Si Cervantes dijo que la lengua portuguesa es como el español pero sin huesos, Neymar testifica su idiosincrasia lingüística entre piruetas improvisadas en el aire que a otro le fracturarían la clavícula. Pero él, con el corazón de goma y los ímpetus de una blandura caprichosa, se levanta para sacudirse el pasto cuando el juez amonesta al enemigo. Su fragilidad la dosifica en cuatro meses de liga y dos de hospitales, donde el único futbol que practica es digital (es la estrella de los juegos computacionales de FIFA). El peluquero es acaso su guía espiritual que ensaya en sus rizos tantos garigoles imposibles como marometas en el terreno de juego. Cuando el defensa colombiano le fracturó una vértebra en el Mundial de 2014, se temió una parálisis definitiva mientras Neymar salía en camilla con una sonrisa y un guiño de ojos, captado por la cámara ante millones de fanáticos incrédulos. Volvió a la cancha en menos tiempo de lo que le hubiera llevado a cualquiera. La duda razonable consiste en dilucidar si su umbral del dolor es tan inferior por qué en esa jugada carnicera sólo se quedó bocabajo con la mano en la espalda.
El “Junior” con el que remata su apelativo rotulado en la camiseta, sugiere un ancestro con alguna especialidad circense. Tal vez su abolengo se remita al hombre-bala o al conejillo de Indias que perfeccionó los choques eléctricos. Neymar es el hombre que mejor interpreta el Valle de Lágrimas que el catolicismo arguye. Para él, jugar futbol significa lo mismo que las dos de tres caídas para los luchadores de la triple “A”: la esencia de su oficio consiste en el lucimiento y la desolación histriónica. Es el técnico sin máscara, protagonista de la “Champions League”. Los hinchas acuden a los estadios en espera de su escena culmen; el azor se fomenta cuando el brasileño se acerca a una pelota. En ese instante se cumple el destino: han pagado muchos euros “esperando a Godot-Neymar”. Él rueda por el césped pulido, se queja, se soba, llora… Se acomoda los chinos decolorados y practica otra gambeta en busca del gol.
En el contexto de su arte escénica, el primer actor agradece con una caravana y un retorcimiento milagroso. Su lengua sin huesos lo define como un astro en el firmamento de la banalidad.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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