Moscas

 en Jorge Valencia

Jorge Valencia*

Uno de los posibles errores de Dios es la invención de las moscas. Se trata de seres que compensan su tamaño con su insaciable capacidad para molestar. A las vacas tuvo que brotarles una cola inmensa cuyo único propósito es espantarse las moscas. Los seres humanos no tenemos tanta suerte. Debemos soportar la maldición de las moscas como parte constitutiva del mítico Valle de Lágrimas.
Las moscas son protagonistas y difusoras de la suciedad. Con sus patitas velludas trasladan contenido bacteriano extraído de la basura o la materia fecal que degluten con voracidad. Son personajes infaltables de la putrefacción. Adoran la sangre fresca y los deshechos pestilentes. La comida echada a perder. La inmundicia. Su presencia se asocia con la miseria y la mugre.
Los más radicales dicen que las moscas son seres condenados que regresan al mundo para pagar un karma, lo que justifica su papel ínfimo en la cadena alimenticia. Son el manjar de ranas y de arañas. Su destino es morir embarradas contra la pared. Odian las temperaturas menores y el olor a lavanda.
A todos nos ha aparecido una mosca en la sopa. En algunas culturas dicen que se trata de buena suerte. En general, parece falta de insecticida y de higiene. De nada sirve fumigar. Por su medio de transporte aéreo, tienen la libertad para huir del peligro. Con sus ojitos de aleph presienten el riesgo de manera multiplicada. Tienen el tesón de un sabio y la terquedad de un oligofrénico. Molestar es su verbo predilecto. Son más rápidas que una mano humana. A diferencia de los mosquitos, es prácticamente imposible matarlas con un aplauso. En este sentido, parecen poco interesadas por el reconocimiento.
Resulta insoportable intentar dormir en una habitación con moscas. Su zumbido carece de la agudeza del mosquito pero le sustituye la persistencia y necedad para posarse en los brazos, la cara, las piernas… No alcanzan a picar ni provocan ronchas; su maldad consiste en sacarnos de quicio. Una persona prudente es aquella que enciende la luz, enrolla una revista y vuelve a la cama sólo hasta que es capaz de matar a la mosca. Pero en la duermevela nadie es prudente y el asunto se resuelve acurrucándose bajo la sábana para evitar al insecto. Pero la mosca nunca desiste.
Sujeta de comentarios prolijos, la anécdota recorrerá las amistades del día siguiente: “anoche no pude dormir por culpa de una mosca”. Esa mosca habrá cumplido el sino de su existencia y gozará la individualidad de una anécdota: la de un hombre desvelado sin más trascendencia que la de una lucha épica contra una mosca.
Salvo Neruda y Machado, nadie escribe poemas importantes donde aparezcan las moscas. Pero aún Neruda y Machado tienen mejores textos. Las moscas no merecen el esfuerzo del bardo ni la reflexión profunda del filósofo. Sólo son moscas. Frotándose sus manitas nerviosas, maquinan una maldad que nadie sabe en qué tragedia desembocará. Destinadores encubiertos, las moscas tejen la trama mientras testifican el proceso.
Los humanos pasaremos. Las moscas llegaron para quedarse.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Nicandro Tavares Córdova.

    Yo tengo a la mano en mi recámara, un eficaz mata- moscas, “Por si las moscas”
    Buen artículo mi estimado Académico Jorge Valencia, con mucho y buen sentido del humor.

  • Verónica Vázquez-Escalante

    También me gustó el artículo. Son sumamente incómodas y claro, es de sabios “no hacer mosca”

  • Ana Laura Aranda Chávez

    Me encantó el escrito.

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