Morirse

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

para Rafael

El gas llega con la puntualidad de un insulto, la moto y su estridencia cotidiana, el maullido de un gato ajeno y del propio… Todo es normal, aunque alguien se muera. El chiflido de alguien, el pájaro, el teléfono equivocado, el cartero, el vendedor de quesos, el vecino, el avión, el rayo de sol, la alarma, la tele y el radio… Frente al cuerpo sin vida, el duelo ocurre en el corazón de unos cuantos. Mientras tanto, el universo continúa con sus trabajos inmutables.
Un cura ofrece la extremaunción de manera condicional: sólo nutritiva si aún queda el alma en el cuerpo, dice. Cobra un adepto para la Fe y deja la tristeza para los vivos. Su discurso no pertenece al género del consuelo. Su virtud no está en la confortación. Derrama agua bendita sobre el muerto con la impasible cualidad de un empleado de Dios.
No llueve ni se abre el cielo. No se escuchan violines. Ningún ángel emite mensaje alguno.
Morirse es un acto vulgar. Como el tránsito de una hormiga o una hoja mecida por el viento. Es algo que ocurre como ocurre un segundo en los relojes del tiempo.
La Señora de Negro acude con puntualidad para cobrar su cuota. Deja una estela de llanto y tristeza, de sorpresa y de angustia. No caben preguntas ni reclamos, no hay negociación ni aplazamientos. El destino reclama su plan meticuloso. La vida es un líquido adentro de un frasco, imposible de rellenarse. Sólo se termina y ya. Un cuerpo vacío se tiende sobre el mundo con la contundencia de una derrota.
Hasta ahí se pudo.
Las lágrimas vertidas por un muerto son intentos inútiles por compartirle un poco de vida. Retenerlo con el afecto, obligarlo a quedarse. Nada sirve. La llama se apaga y no hay manera de volver a encenderla.
Habrá que acostumbrarse a una ausencia. Apelar al puro recuerdo. Hablar sin escuchar, sentir sin explicar. Emitir mensajes sin regreso, como botellas al mar… Debiera haber más corazón, más músculo contra el olvido. Menos tristeza. Esperanza definida y puntual: un día y una hora para algún reencuentro. La religión promete resurrección de los cuerpos. Volver a ser como somos. No sólo un alma; también pelo, cuerpo, manos con arrugas, ojos con presencias, pies con pasos andados, sonrisas compañeras de anécdotas comunes. Piel tibia, mejillas sonrojadas, respiración agitada…
Una parte de los vivos también se muere con el muerto, dice Sabines.
Se trata de un simple adiós. No más risas ni esfuerzos, hijos, nueras, sueños, hermanos, dudas, convicciones… todo se lo lleva consigo un muerto.
Ni más ni menos: tan sólo somos personas.

Morir es retirarse, hacerse a un lado
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.

Jaime Sabines

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Nicandro Tavares

    Un fuerte abrazo a nuestro querido Güero y a toda la familias Valencia. Sólo nos ganó camino este hombre tan querido por tantos de nombre Rafaél.QEPD.

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