Mascotas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Catalizadoras de nuestras emociones y sublimadoras de nuestras carencias, las mascotas dan cuenta de lo que somos, lo que soñamos y aborrecemos. Aún por el hecho –sobre todo por eso– de no tenerlas.
Evolucionaron paralelas a nuestra especie. Son nuestra tribu; defienden y orientan nuestra conducta. Esperan que las alimentemos y acariciemos. Se adaptan a nuestras costumbres y aprenden nuestras palabras, el tono con que las decimos y el contexto en el que lo hacemos. Graban nuestros gestos en su memoria y agradecen nuestras risas con arrumacos y babas.
Su fidelidad es genética y su afecto completamente sincero. Sienten un amor químico hacia nosotros y toleran nuestra brutalidad. Su afecto consiste en lamer la cara y los pies, restregarse en nuestra pantorrilla, aletear con frenesí y revolcarse.
Quien cuida peces tiene predilección por el misterio. Prefiere ver desde lejos. Celebra piruetas, colores, burbujas como las metáforas monótonas de la existencia.
Los pájaros cantan de contento, conformes con sus jaulas y alpistes. Son tempraneros y repetitivos y les basta una mirada para saberse consentidos. Sus cantos son indicador de la dicha, capaces de provocar un afecto atmosférico.
Los reptiles sólo están ahí, tolerantes y absurdos en un mundo que no entienden. Si por ellos fuera, estarían en pantanos y lodazales. Sueñan mucho y comen poco. Su gracia está en la inmovilidad y la textura.
Los gatos son ideales para el desprecio. Pintan su raya con la cola milimétrica. Dan un afecto meticuloso. Prefieren a los viejos, la distancia, los espacios exclusivos. Y los arañazos expositivos.
Quien cría un animal exótico sublima su intolerancia. Establece la amenaza como vinculación y el peligro como un hecho cotidiano. Prefieren no tener amigos. Se acostumbran a vivir sin descuidos.
Los perros educan a sus amos con saliva y pelos excesivos. Los entrenan con paciencia para el afecto.
Las mascotas obligan una dependencia infranqueable y ofrecen una manía: la de la caricia y el cuidado. Excusan la paternidad y justifican la compañía. Su amistad sobrepasa la semántica: son hijos y padres. Extensión de la identidad y recurso antonomástico del ser.
No son bestias adicionales sino complemento animado de la humanidad. Su urbanidad es el ejemplo de que la concesión y la bondad son posibles. Y aprendibles.
Tener una mascota no obedece a una elección sino a la sumisión al destino. Lo que somos es la suma de los regaños y los mimos, las risas y los desconsuelos que en su infinita generosidad nos obsequian. Casi siempre los sobrevivimos; es la única equivalencia de su afecto.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Aída Sánchez Sencion

    Las mascotas también representan un vacío de nuestro interior que puede ser llenado con sólo el hecho de tenerlo cercas. Recuerdo que de niña siempre tuve una gata que era mi compañera de juego, con la que hablaba y me escuchaba, si por alguna razón esa mascota desaparecía de casa para no volver, mi mamá me conseguía otra. Con el paso de los años repetí la historia con mis hijos a que tuvieran una. Los animales crean lazos de amor al mirarnos a los ojos, cosa que con los humanos no lo logre.

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