Más compras navideñas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Dar un regalo es imponer una preferencia. Definir el gusto y la satisfacción de un tercero. El color, el tamaño y la utilidad del obsequio se calcula no por lo que el regalado desee sino por lo que el regalante prefiere. Las tías que dan calcetines no esperan un aplauso; esperan salir de un compromiso. El mensaje no es “te quiero”; es “no me interesas”.
Por definición, el regalo pierde el encanto con la necesidad. Aunque alguien lo requiera, recibir un juego de sábanas no resulta lo más adecuado porque carece de asombro. El mejor regalo es el que no se espera. El viaje a Marte. La llamada de Mafalda.
Se da un regalo por afecto o por compromiso. Por afecto, cualquier cosa se justifica. Por compromiso, todo es banal y prescindible. Es mejor una tarjeta con la mano pintada de azul de un sobrino querido que un coche del jefe de la oficina. El costo no determina la delectación; el cariño, sí. El esfuerzo y la minucia para otorgarlo. Un ramo de rosas puede ser el mejor o el peor regalo. Depende de quién lo da y porqué, en qué momento. También a los muertos les regalan flores.
La puerilidad del mundo y la astucia de los comerciantes hacen creer que los regalos son la esencia de la temporada. Las estrategias financieras llegan al extremo de ofrecer productos que se pagan en marzo. Todos caen en el ardid. Terminan pagando algo que no recuerdan, obsequiado a alguien que ya no ven. Tal vez para entonces el regalo esté en la basura o haya sido reciclado. El efecto resulta endémico. Todos tenemos un regalo envuelto con papel de renos en el armario y una deuda por pagar a Liverpool.
Evitar esta inercia significa no disfrutar la Navidad. La recesión mutila el festejo. Una cena de Noche Buena sin regalos es una cena cualquiera. Peor aún soportar a una tía que ni siquiera trajo calcetines.
El mejor slogan publicitario es el clásico “es mejor dar que recibir”. Serviría para una sociedad humanista. En la nuestra, se da para recibir. Salir de la casa materna con una gorra del Zacatepec después del intercambio, cobra la dimensión de una crisis sentimental. Más cuando el afectado compró una camisa con cocodrilo para un cuñado, que empezará a pagar en marzo. El motor que mueve el interés por comprar es proporcional al interés por recibir lo que otro dará. Y todo es proporcional al interés del financiamiento de la empresa vendedora: no venden productos; venden dinero.
Los adultos que no se quieren reciben botellas de whisky. Chocolates con rompope. Bufandas tejidas por una abuelita que cree que las hizo para un nieto. Un regalo impersonal abarca el libro de autoayuda comprado en la FIL, un Zippo, una corbata roja, un suéter… Algo que cualquiera necesita pero nadie se compra porque siempre lo posterga. Y cuando al fin se recibe un 24 de diciembre, carece de fascinación. En el índice del libro de autoayuda viene un capítulo prolijo que trata acerca del arte de dar sin esperar nada a cambio.
Aunque a veces cuesta más, bastaría un abrazo y un “feliz Navidad”.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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