Maquetas vacacionales

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

1. El Cristo de Iztapalapa

El Cristo de Iztapalapa finge padecer el sufrimiento de otro a quien considera Dios. Se apunta para ser elegido por un comité que, entre otras cosas, valora la honorabilidad del candidato, su fe y su resistencia. Una vez electo, el falso Cristo se prepara psicológicamente. Botea en el mercado. Asiste a charlas programadas con el ministro. Hace oración y se mortifica. Se deja crecer el cabello y la barba. Ayuna regularmente y repasa en la mente las escenas que protagonizará: desde que lo toman preso sin un motivo definido hasta que muere en la cruz, la pena capital más corriente. El Cristo de Iztapalapa no tiene más compromiso que la representación acordada con un año de anticipación, lapso en que multiplica pescados, convierte el agua en vino y salva prostitutas de morir por lapidación. El Cristo sustituto vive una vida taciturna, santamente discreta, cercana sólo a su madre y a sus doce amigos. Mientras otros salen los sábados a centros nocturnos, él acude a los oficios, reza el rosario, visita enfermos. Después de un año no queda nada de él. Es Cristo. Lanza bendiciones, dice frases bíblicas, gesta milagros. Despierta envidias, le achacan culpas. Una noche lo prenden después de cenar. Lo presentan a las autoridades, lo condenan. Acepta los azotes con humildad. Las cicatrices que le dejan los cilicios y la corona de espinas serán la evidencia de su fe. Del que fue en Iztapalapa.

2. “Spring Break”

Las playas mexicanas se pueblan de estudiantes estadounidenses que acuden en busca de una congestión alcohólica, una violación masiva o una sobredosis de sustancias prohibidas. Los jóvenes están en edad de excederse. En un país que desprecian y con amigos que no volverán a ver. Saben que es un paréntesis en su vida, el precio que deben pagar por tener esa edad. Por eso fornican y beben y fuman. No recordarán qué ni con quién. Volverán a Alabama. Comerán hamburguesas y terminarán una carrera que los convertirá en gerentes obesos, con una hipoteca y niños que no les harán caso. Se divorciarán antes de cumplir los 40. Tendrán un infarto pasados los 50 y se jubilarán a los 60. Comprarán una finca en una playa mexicana, donde ganarán un cáncer de piel y un hogar con una muchacha autóctona que los enseñará a comer tacos. Por eso beben y besan y bailan. Su sobredosis es de realidad.

3. Ciudad vacía

Los vacacionistas ceden terreno. La ciudad se desata las trenzas (según Guadalupe Trigo). Las calles permiten el eco de las banquetas. Se hacen quince minutos a cualquier parte. Hay cupo en todos los restaurantes de Chapultepec. Los museos al fin son visitados. La noche permite el silencio. Guadalajara está de vacaciones. El viento fluye. Los camiones respetan los altos. La gente da y recibe los buenos días. La ciudad se rejuvenece, su piel es más tersa. Sus manos acarician. Su voz es más clara. Se escuchan los perros. Los murmullos de las conversaciones. Las palomas andan sin nadie que las espante. Huele a chocolate y churros. A calle y paredes de edificios viejos. La ciudad perezosa sueña en voz alta, con una sonrisa tibia.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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