Madres educadoras

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

En la semana ocurrió el “10 de mayo”, consagrado por antigua iniciativa de un excelente periodista mexicano, como Día de las Madres. Desde luego existen muchas razones por las cuales merecen un homenaje permanente tal como es dedicarles un día en el calendario anual. También es cierto la utilización comercial, a ratos exagerada y dirigida menos a los valores de las madres y más a las actividades domésticas de las mujeres en general y de las madres en especial. El homenaje se traduce en regalos de utensilios de cocina. Se pervierte el sentido de ser madres.
Se pueden considerar diversos valores del matriarcado. Aquí me interesa resaltar el valor de educadoras. Mujeres y madres. Es muy antigua la práctica de las sociedades de asignar el papel de educadoras a las madres y a ciertas mujeres, cuando se habla de educación de las personas menores de edad. Con variantes es la educación entre 0 y 12 años. A los 12 años entra el padre o los educadores masculinos profesionales a la tareas educativas. Hoy es diferente, aunque aun hay resonancias de ese pasado patriarcal.
Sobre todo, en el terreno de los hechos muchas mujeres están trabajando doble jornada. Y la tarea educadora sufre, pues esa tarea pide acompañar, presencia, reflexión, cuidado y asertividad. A veces complicidad y otras exigencia y acaso intransigencia frente a las conductas no deseables de los hijos, o de los amigos del hijo o de las amigas de la hija. Igual pasa con las maestras.
La educación del carácter, para decirlo de modo sencillo, no es mecánica, ni organizable en un manual. Es el acompañamiento sapiencial del educador, educadora, al muchacho, muchacha, niño, niña en proceso de entenderse a sí mismo, misma, y entender a los demás para convivir con ellos. Antes del triunfo de la Ilustración, la escuela, privilegio de pocos, se conocía como la institución “forjadora” del carácter, definido en función a lo que se esperaba hicieran los educandos al terminar la instrucción del tutor. Hoy todavía se usa aquella expresión de manera un tanto poética para insistir en lo indispensable de acompañar a los menores en la formación del carácter.
Los autores estudiosos del tema suelen proponer una observación para afirmar si el carácter de los menores va en camino de estar “bien forjado”: Si se observa que los menores saben decir “no” o decir “sí” a los cuestionamientos que les depara la vida, y muy importante, lo pueden defender con emoción y razón, ese menor esta educado. Aun mejor, cuando el menor sabe modificar su postura debido a las razones y emociones que sus interlocutores le muestran o le cuestionan. Es decir, personas capaces de modificar sus posturas. Con capacidad para convivir sin afecciones con quienes no están del todo de acuerdo. Es decir, el menor puede respetar a los demás y sus modos de ver, valida sus posturas, su propio modo de pensar y conoce cómo resolver las fricciones o conflictos creados por esas diferencias. Es capaz de evitar imposiciones, las cuales son la muerte de la convivencia.
La sorpresa, para algunos, de los últimos años es, quizá por reivindicaciones ganadas por las mujeres, la mayor capacidad de las madres y maestras para educar y formar, sobre todo cuando se profesionalizan y reconstruyen la jornada de trabajo, al convertirla en jornada compartida. La estadística nos avisa del logro. Ahora a los masculinos nos toca aprender de ellas.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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