Los eufemismos educativos

Luis Rodolfo Morán Quiroz

Ahora resulta que no se cayó la carretera, sino el terreno que estaba debajo de ésta. De esa misma forma en que un funcionario federal justifica las inundaciones, destrucción, muertes y demás desaguisados en una carretera recién inaugurada, es fecuente que nuestras grandes tragedias educativas se conviertan, por la vía de la palabra, en sucesos triviales. Así como en la Rusia imperial se construían grandes escenarios para ocultar la pobreza y que Catalina observara la prosperidad de los campos, en nuestro contexto educativo nos da por construir escenarios de palabras para cubrir la pobreza de logros.
Un amigo suele decir que los funcionarios con pequeñez de miras son “bradipsíquicos”. Lo que es lo contrario de la raíz griega “taqui“ que la escuchamos aplicada a tagrigrafía o taquicardia. Así, en vez de decirles llanamente estúpidos o incompetentes, utiliza el término para hablar de la lentitud de su pensamiento. De tal modo, en algunos casos se habla de “aulas al aire libre” cuando en realidad se trata de espacios que carecen de paredes, techo, instalaciones sanitarias, pizarrón, mobiliario, sillas, mesas y que, cuando mucho, cuenta con la protección contra el sol y la lluvia que ofrece una lona desgastada y agujerada, una tabletas para apoyar los ajados cuadernos y escribir con lápices de músculo tamaño. Al fin y al cabo, los niños que viven “al natural”, es decir, con escasa ropa y nulos zapatos (lo que les permite un constante contacto con la madre naturaleza) no necesitan de mucho equipo ni edificio para aprender el silabario.
Hay quien dice que los laboratorios de cómputo cuentan ahora con computadoras “nuevas”. Lo que no se dice es que la novedad es relativa y si las que tenemos ahora son modelo de diez años atrás habría que ver que las computadoras “viejas” ya tenían más de 25 años.
Incluso de nosotros los docentes se dice que hay algunos más “experimentados” que otros cuando se hace alusión a algunos que hace años quisieran haberse jubilado, pero no lo hacen porque perderían una parte de su sueldo que se ha convertido en bonos, estímulos u otras supuestas prebendas pero que no contarán para el cálculo del sueldo de jubilación. Y en el otro extremo están los “jóvenes” que tienen diez años luchando por conseguir un trabajo de académicos de tiempo completo, impartiendo decenas de horas a la semana como docentes de asignatura para poder mantener a sus “gordos”, que en realidad son unos chicos flaquitos que duermen poco porque los “mosquitos”, que son unos insectos enormemente latosos y que transmiten enfermedades letales, no los dejan conciliar el sueño.
De los estudiantes corajudos y agresivos se dice ahora que necesitan desarrollar sus habilidades sociales, mientras que de los que son objeto de burlas o golpes se señala que les hace falta afirmar su personalidad. De los estudiantes que prefieren no estudiar durante los cursos y no hacer las tareas se afirma que tienen otros intereses. De las estrategias de flexiblización laboral en el campo educativo se habla de reforma educativa. De un conjunto de ajadas hojas se dice que es un cuaderno y si ya está lleno de escritura de extremo a extremo se dice que ya es un libro. De manera similar, cuando finalmente se caen los edificios “con valor histórico” que recibieron poco mantenimiento durante décadas y mueren los ocupantes, se dice que “pasaron a mejor vida”. Quizá porque ésta, con tantos eufemismos es bastante “insufrible”, para evitar decir “sufrida”.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com