Lo básico, una y otra vez

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

La semana pasada asistí a una junta en el grupo de cuarto de primaria del que es parte mi hijo menor. Me llamó la atención que se trataran dos temas básicos uno tras otro: la necesidad de que los alumnos manejen las tablas de multiplicar y las convenciones para las referencias bibliográficas. El que se trataran estos dos temas en la misma sesión reforzó en mí la idea que suelo compartir con mis propios estudiantes, en el primer grado de la licenciatura: que las referencias bibliográficas deberían recordarse de manera tan automática como las tablas de multiplicar. Aunque a mi hijo mayor le da risa la anécdota que cuento de mi hijo acerca de uno de esos estudiantes que ya terminaron el bachillerato y al que al entrar al salón, como saludo, después de haber comentado la necesidad memorística de la asociación mencionada, le pregunté, “¿8 x 7?” y me contestó: “espéreme maestro, voy a ver en la calculadora de mi celular. Son 54”. Mi hijo mayor, que cursa el quinto grado de primaria, irrumpe en carcajadas cada vez que él mismo cuenta la historia y comenta: “está peor que yo. Son 56”.
Esta secuencia de informaciones y a la vez de habilidades sirve, enfatizó la maestra de cuarto de primaria en esa junta con los padres, para poder hacer cálculo mental. Y yo añado que el conocer de memoria las convenciones académicas para las referencias en torno a nuestras fuentes de información sirve para agilizar otras actividades que suponen el manejo automático de otras reglas básicas, como son las de ortografía y redacción. En la junta con el grupo de padres de los alumnos de cuarto grado de primaria comenté la asociación que suelo mencionar entre referencias y tablas, pero creo que más allá de esa casualidad, la moraleja es que siempre debemos, como docentes y como aprendices, regresar a los temas básicos.
Desde el lado en el que suele ubicarse la llave del agua fría (en Rusia y en China, al menos, el agua fría se ubica del lado derecho visto de frente del usuario), los sentidos de las calles, el significado de las manecillas del reloj o la división del tiempo en distintas fracciones con distintos nombres, hasta una serie de informaciones y habilidades que suelen ser básicas para los iniciados en cada especialidad y disciplina (como los autores canónicos, los mapas básicos, las ciudades capitales de determinadas delimitaciones, las ideas más repetidas del oficio), lo básico sigue siendo lo que hay que reiterar más. Aunque haya quien se burle de que, otra vez, se vuelva a esos temas.
Mi propio hijo de cuarto grado suele quejarse y decirme “no te hagas el tonto, ya sé que eso ya lo sabías”, cuando hago alguna pregunta que le suena demasiado elemental. Y estoy seguro de que algunos estudiantes se aburren cuando repito algunas reglas de ortografía, pero hay algunos que probablemente no han pasado por esas reglas básicas, o probablemente no escribirían como si nunca se hubieran inventado. A veces hay que correr el riesgo de que los que ya saben mucho se aburran un rato para que los que no saben o no recuerdan tanto, tengan la oportunidad de enterarse de algo que es fundamental para lo que sigue. No importa que se burlen de ellos: ¿estás en economía y no sabes quién es Milton Friedman? ¿Estás en sociología y no sabes quién fue Max Weber? ¿Estudiaste psicología y todavía pronuncias mal los apellidos de origen alemán o francés, después de oírlos y leerlos tantas veces a lo largo de tus estudios profesionales? No hay otro modo: en muchos casos hay que volver a la enseñanza de lo fundamental, para que el estudiante aprenda lo más básico.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • verónica vázquez-escalante

    No cabe duda que siempre se aprende de los niños. Muy buen artículo artículo

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