Lea y el glamour político

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Sólo entre nosotros ocurre que el responsable de un fraude electoral tan estrepitoso y evidente, representando al partido en el poder y bajo el argumento de que “se cayó el sistema” luego de un supuesto apagón, 35 años después sea quien dirija la electricidad precisamente auspiciado por un gobierno opositor al que entonces defendía, e ideológicamente perteneciente al partido que perdió entonces. La afectación de la luz ahora resulta su potestad; las convicciones políticas, una impostación menor.
México “mágico”, dicen. El anagrama para el cinismo parece encajar sólo en concepto, no en sus grafías.
Este año cumple un siglo de edad nuestro pintoresco ex presidente genocida. En una época en que se disfrazaba la corrupción de glamour político, don Luis fue un mandatario de mano dura y decisiones inquebrantables: desaparecer al que estorbara. Al menos así fue juzgado y luego invitado a purgar una condena suave por causa de la edad. Suena como venganza oportuna o travesura justiciera: que nunca se muera para que pague tanta vida segada. A diferencia de Prometeo, no quedan buitres disponibles ni, al parecer, tan longevos.
Los que debieran reclamarle actos y declaraciones cada vez son más pocos. Los familiares y amigos de los muertos los han ido acompañando mientras el ex Secretario de Gobernación del 68 sigue con los ojos abiertos y la frescura de las lagunas mentales.
En medio siglo, México pasó de un control gubernamental de corte gangsteril a un descontrol democrático. El crimen se castiga según el número de “likes” de las redes sociales. El Bien y el Mal son conceptos relativos, sujetos a adiciones y desmarques.
Esto lo demuestra el gobernador de Nuevo León, quien tomó prestado un bebé del DIF en estado de orfandad para retratarse con él y tenerlo de visita en casa durante un fin de semana. ¿Para qué si no para provocar simpatía digital? La dignidad humana sigue siendo un derecho sujeto a puntos de vista. La compasión merece una “selfie”.
Como ratoncito asustado, LEA aparece en fotos que sólo provocan lo que Milan Kundera ha definido como “lítost”. Su indefensión sólo es resultado del tiempo, de la vejez, de una venganza que ya no conmueve.
Nuestra herencia política mutó la capacidad que tenemos para el asombro. Nuestros gobernantes presumen sus horas en el gimnasio, su juventud como currículo suficiente mientras la inseguridad deglute las esperanzas.
Entre mentiras, banalidad y repugnancia, nuestra democracia ahí, malherida.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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