La vida académica no es internet

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

En esta época de la información es posible encontrar datos de muchísimos temas a través de la internet. No todos están científicamente comprobados y habremos de ser cautelosos respecto a su veracidad. Por más que nos parezcan verosímiles.
Uno de los usos de la internet es recibir y enviar mensajes de texto de un aparato a otro. Puede ser por medio de computadoras de escritorio o portátiles, o de aquellas que están dotadas con conexión a las redes telefónicas y que una gran cantidad de personas lleva consigo día y noche. Conviene darse una idea de la magnitud del tráfico de esos mensajes. En el mundo se contabilizan 4,388 millones de usuarios de internet; de ellos, cada día unos mil millones utilizan WhatsApp, además de unos 2,300 millones de usuarios de Facebook y hay cerca de 4,300 millones de usuarios de correo electrónico en cada jornada. Según algunos cálculos, el 61% de los mensajes de correo electrónico son calificados como “no esenciales”. Por otra parte, el principal buscador en internet es el que muchos usuarios denominan “San Google” y suele asociársele con la broma de que solo la propia esposa es capaz de saber más o con mayor velocidad que este buscador que apoya cerca de tres billones de búsquedas al día. Como un subconjunto de esas búsquedas, Google-Scholar ayuda a explorar contenidos en publicaciones académicas (aunque no encuentro una cifra que dé idea de la magnitud de su uso cotidiano).
Hay épocas en que, a algunos de nosotros, los docentes, nos parece que ese 60% de los mensajes de correo electrónico considerados superfluos nos han llegado directamente a nuestras “bandejas” de entrada. De un día para otro, los mensajes se reproducen a tasas más aceleradas de las que suelen achacarse a los conejos. Si algún día de vacaciones hemos logrado reducir a cero la cantidad de mensajes en nuestras bandejas de entrada, es probable que, cuando está por reanudarse el periodo escolar, comiencen a llover solicitudes de dictámenes, convocatorias a juntas de academia, invitaciones a conferencias, presentaciones de libros, obras de teatro o conciertos, solicitudes de estudiantes para ser incluidos en las plataformas de nuestros cursos, mensajes de bienvenida y buena ventura de los funcionarios, convocatorias para conseguir fondos, respuestas a nuestra solicitudes de apoyo, además de múltiples notas como respuesta a todos los corresponsales de determinados mensajes previos.
Parecería que el trabajo de algunos académicos consiste únicamente en enviar, recibir y responder a mensajes de correos electrónicos. Además del tiempo que los académicos dedicamos a buscar información en internet, los mensajes de correo electrónico nos atan a la silla frente a la computadora, para liberarnos en los ratos que estamos con las manos, ojos y mentes ocupadas con los mensajes múltiples que recibimos y respondemos con los celulares que nos dejan mancos buena parte del día y de la noche.
De tal modo que queda poco tiempo para escribir otras ideas, para leer libros, para hablar con las personas de nuestras disciplinas, con los vecinos del barrio, con los familiares y amigos (que también llegan mancos, medio ciegos y medio sordos, a las reuniones no virtuales en salones de juntas, o a las reuniones con fines “sociales”). ¿Qué momentos quedan para que los académicos realicen otras actividades fuera de sus papeles de internautas dedicados a buscar y canalizar informaciones? ¿Cómo pueden generarse observaciones directas de las personas reales sin la mediación de sus aparatos, portátiles o de escritorio? Todo parece indicar que incluso las entrevistas y auscultaciones clínicas pronto se realizarán desde la prisión de la internet, para vernos liberados de tener que salir a la vida real.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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