La vergonzosa discriminación

 en Alma Dzib Goodin

Alma Dzib Goodín*

Cuando era niña mi hermano mayor me señalaba por ser la más morena de mi familia. Todos mis hermanos son morenos claros, casi blancos y yo tengo la piel café con leche, y mis rasgos son muy indígenas. Me molestaba diciéndome negra o india, pero eventualmente dejó de importarme su opinión.
Con los años, llegué a suponer que la discriminación solo existía en otros países, siempre escuché que en los Estados Unidos discriminaban a la gente. Esa idea tenía tales raíces en mi mente, que cuando conocí a mi ahora esposo, me daba miedo enamorarme, porque no quería tener nada que ver con alguien que según las voces de los mexicanos, me discriminaría por mi color o mi apellido, que resulta ser maya.
Eventualmente mi esposo finalmente me demostró que eso era solo un invento mexicano. Él se enamoró de mi color piel, así que cuando un güerito de ojo azul, me pidió que fuera su esposa, y me llevó a los Estados Unidos, a decir verdad si había un poco de preocupación. Aunque ha sido genial vivir en un lugar donde nunca he recibido una sola mala cara, por el color de mi piel, mi acento o mi trabajo. Al contrario, la gente siempre ha sido increíblemente amable, disfrutan mucho de mi comida y valoran mucho las artesanías que yo tanto atesoro, porque son una muestra de lo lindo que es México.
Es así que creo que había olvidado la discriminación, hasta que volví a México, donde uno de los chicos con quienes trabajo, me platicó en una charla informal que ha sufrido discriminación durante toda la escuela por su color de piel, que no resulta ser distinta a la media población mexicana. Su relato fue tan sorprendente que no puedo imaginar lo que ha sufrido, a pesar de ser un chico brillante.
Yo he vivido la discriminación en los últimos años, en mi propio país, con la gente igual a mí, aunque no me ha importado, pues ha venido de personas que no me conocen y a quienes seguramente no volveré a ver en mi vida. En uno de mis muchos vuelos a casa, aun cuando tome un taxi hacía el aeropuerto de la Ciudad de México, me encontré con un accidente en el segundo piso, con lo cual pasé junto a muchos otros, un buen rato de tráfico. Cuando finalmente llegué al aeropuerto, pedí a las personas de la línea que me dejarán pasar, pues debía abordar un vuelo con escala. Todos me dijeron que no, que debía llegar con mayor anticipación al aeropuerto.
Me resigné a perder mi vuelo, no había nada que hacer. Minutos más tarde, una chica con un gran escote, rubia, en minifalda llegó y dijo exactamente lo mismo que yo: El accidente en el segundo piso la había retrasado y debía tomar su vuelo en pocos minutos. La fila entera se abrió y en un minuto estaba al frente de la fila…
Afortunadamente, el piloto de mi vuelo también se había retrasado y amablemente me dejaron abordar, pues el vuelo se había retrasado.
Cuando llegué a los Estados Unidos, le pedí al encargado de la línea que me ayudara, pues el vuelo de México se había atrasado y debía alcanzar mi vuelo de conexión. Con una gran sonrisa, las personas que me escucharon me dejaron pasar y en menos de un minuto estaba al frente de la fila. No pude dejar de pensar en tal diferencia. ¡Me dolió tanto mi México lindo!
Es así que poco a poco me he enterado de la discriminación que se vive en las escuelas mexicanas, ya sea por el color de la piel, por la estatura, por las cualidades académicas, por el origen étnico, por el status socioeconómico, por los padres, por los hermanos… cualquier excusa es buena para señalar al otro, y no solo eso, la idea es hacerle sentir mal y ahondar en la crueldad de esa diferencia.
El racismo duele, mata, separa y tal vez la discriminación es el principio más silencioso y socialmente aceptado, fomentado por charlas y modelado por los estereotipos que los niños ven todos los días en la televisión, donde solo los guapos de piel clara o cuerpos exuberantes tienen cabida, cuando que la realidad de la sociedad es otra.
Es por ello que desde aquí quisiera decirle a todos los niños que sufren por cualquier excusa que sus compañeros señalen, que no se dejen minimizar, porque no vale la pena sufrir por aquello que los otros no tienen. Especialmente los indígenas que tienen algo que muchos nunca tendrán: son bilingües y son multiculturales, con una piel y un acento que nos recuerda la riqueza de México.
La constitución dice que todos somos mexicanos y siempre se refiere a los mexicanos, en ninguna parte menciona solo a los rubios de ojos azules, o a los altos, o a los ricos… Así que solo puedo concluir que México es rico en cultura, pero pobre en educación.

*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. alma@almadzib.com

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