La soledad melancólica del Covid-19

 en Jaime Navarro Saras

Jaime Navarro Saras*

Hace casi veinte años cerró intempestivamente un salón de billar de la Colonia del Fresno en la ciudad de Guadalajara, dadas las características de dicha colonia, el billar representaba uno de los pocos espacios para el ocio y el entretenimiento, principalmente de la población masculina adulta, la mayoría obreros, empleados, estudiantes, albañiles, ferrocarrileros y pensionados. En esa época estaban ausentes los medios digitales y la comunicación vía internet, todo era a ras de suelo y cara a cara, de una o de otra manera ese espacio era una segunda casa para la mayoría de quienes asistían cotidianamente, sobre todo porque El Pacífico (así se llamaba el billar) abría los siete días de la semana de 9:00 a 23:00 horas y no cerraba ningún día del año.
El salón ayudaba, a muchos de los que asistían al billar, poder lidiar con el tema de la soledad, situación que modificó la vida de muchos de ellos cuando este lugar cerró, al paso de los días algunos buscaron otros salones de billar de colonias aledañas porque tenían demasiado arraigo en el juego, otros más (la mayoría) buscaron algún espacio en la colonia para coincidir con personas afines y llenar esos huecos de soledad.
Hoy en día, y a decir de comentarios y explicaciones del aislamiento provocado por la pandemia del Covid-19, la situación ha provocado estrés, tristeza y depresión en las personas, en algunos casos este efecto ha sido fatal y ello ha acelerado su deterioro físico y emocional, ya que no es fácil cambiar los hábitos cotidianos de un día para otro y menos de manera radical. En esta pandemia ya no se pueden hacer muchas cosas por miedo al contagio, entre ellas viajar, festejar, asistir a eventos masivos y, lo peor, no se puede asistir a una escuela de manera presencial.
Las condiciones humanas de esta realidad pandémica han navegado por infinitos ríos de melancolía, lagunas de incertidumbre y mares de odio, impotencia y coraje porque las autoridades no pueden o no saben resolver las situaciones y necesidades individuales y colectivas de la población, todo ello gracias a sus prisas y a las prácticas de la inmediatez propias de los gobiernos sin visión de futuro; queramos o no reconocerlo, el asunto del Covid-19 ha pegado donde más duele: en la libertad de decidir qué hacer o qué no hacer con el tiempo libre de cada uno.
Una vez que pase la pandemia, sino es que antes, los profesionales de las terapias verán llenas sus agendas porque llegarán muchas personas a solicitar ayuda para salir adelante de los estados emocionales provocados por el aislamiento, estoy seguro que, en el caso de la población escolar, los resultados en las evaluaciones que se apliquen serán críticos, ya que los procesos educativos desarrollados a distancia han dejado mucho que desear, y no tanto por la función de los y las docentes, sino por las condiciones de cómo se desarrollaron las prácticas escolares en cada hogar.
Lo que en un principio se creía que sólo serían unos días de aislamiento para las escuelas, al parecer será casi un año o más si es que las estadísticas de contagios no se detienen. Lo cierto es que todo este tiempo lejos de las escuelas ha sido como una pesadilla para algunos niños que nunca habían acudido a una escuela y que no tienen el referente vivencial, esta realidad para ellos es como jugar sin juguetes y sin compañeros con quienes interactuar, ¡qué triste!, pero esa es la escuela que les tocó gracias al Covid-19 y sus mares de melancolía.

*Editor de la Revista Educ@rnos. jaimenavs@hotmail.com

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