La racionalidad burocrática frente a la enseñanza

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hay amas de casa a las que les encanta tener todo en orden. Que nada se salga del lugar establecido. Recuerdo a mi abuela, que se preocupaba tanto por tener limpia la cocina que recogía de la mesa cualquier pieza de loza que estuviera en su superficie, con la intención de lavarla lo más pronto posible. Lo que hacía complicado charlar de sobremesa, porque, si no estábamos atentos, podría pasar la abuela y recoger el vaso cuyo contenido disfrutábamos los nietos.
Hay maestras que tienen esa tendencia al orden y prefieren tener un salón lleno de niños callados, bien sentados, peinados, con los brazos sobre la mesa, que un conjunto de chamacos que se mueven de un lado a otro del salón, que interactúan y que dialogan entre sí mientras aprenden diversas habilidades y elaboran distintos productos a la vez. Mi abuela, en sus tiempos, y algunas maestras actuales, comparten esa tendencia a una racionalidad que requiere de orden constante. Hay algunas personas que se angustian incluso si las cosas no se hacen en determinada secuencia de acciones, si las cosas no están ordenadas antes de lo que deberían estar listas. Las fiestas y los salones en desorden y con estudiantes activos son tal fuente angustia que prefieren imponer un orden estático en vez de gozar de un desorden productivo.
Las burocracias en las instituciones escolares suelen ser así: cortadas con un patrón que las compele a ordenar a todos los demás. Que cada quien tenga determinadas horas y minutos de trabajo. Quienes se pasan de sus horarios o quienes se retrasan en las horas de entrada les generan una angustia insoportable. Que cada quien tenga en su expediente documentos similares. Les produce una ansiedad tremenda que llegue a un determinado departamento alguien que haya estudiado OTRA COSA que no cabe en la lógica de ese departamento.
Para muchas burocracias, las transversalidades, las hibridaciones, las formaciones autodidactas, las clases en las que se dialoga, las propuestas de ordenar las cosas de otro modo, les generan un escozor que les dan ganas de que quienes las proponen caigan fulminados por haber salido del único orden que a los miembros de esas burocracias les parece “racional”. Y acaban por supeditar la lógica del aprendizaje, que requiere muchos ensayos, muchas experiencias, muchas repeticiones, a la lógica de los recursos que administra la burocracia. No puede haber una sesión de aprendizaje si no se realiza en un aula, así que no comprenden que los estudiantes puedan ir a una clase fuera del aula, al parque, a un jardín, a una manifestación.
A quien esté fuera de su lugar o por quedarse en él más de lo estipulado, lo ven como un ente irracional. A quien no dicte la clase en el orden que a esa burocracia le parece adecuado, a quien se haya formado en disciplinas alternas, se le tacha de desordenado y poco razonable. Moverse fuera del cuadrito puede convertirse en un acto de indisciplina tal que prefieren sacarlo del sistema de la institución dedicada a la enseñanza. Esas formas alternativas no son racionales, dicen que razonan…

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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