La propuesta de reforma educativa: balance de un sexenio

 en Miguel Ángel Pérez Reynoso

Miguel Ángel Pérez Reynoso*

Aunque es prematuro adelantar juicios de un sexenio que aún no concluye, para muchos (incluyendo el propio gobierno federal) ya terminó. La reforma educativa formó parte en este sexenio de las llamadas reformas estructurales (energética, fiscal, política y educativa).
En el terreno educativo, la reforma del mismo nombre se anunció como una estrategia encaminada a mejorar la calidad, en los hechos se redujo a una reforma laboral secuestrada (casi en su totalidad) por el componente evaluativo.
A cinco años de distancia de su anuncio triunfalista y protagónico, la reforma y el gobierno que la impulsó no sabe qué salida tomar, qué atajos o recovecos deberán de transitarse para que esto (el sexenio) “termine por terminar”.
La reforma educativa pretendió darnos “gato por liebre”, como decimos coloquialmente, anunciar una cosa e imponer e instrumentar otra. Pero lo más importante del balance del sexenio en el terreno educativo, es poder contrastar la realidad educativa de 2012-13 (cuando arrancó el gobierno de Peña Nieta), con la cruda realidad de lo que tenemos hasta el día de hoy.
Me parece que asistimos a una especie de estado de descomposición del tejido institucional en asuntos educativos, hoy no somos una sociedad más y mejor educada, de hecho (y siguiendo las ideas de Antoni Colom) somos una sociedad más desorientada en términos educativos.
¿Qué ha pasado a lo largo de este turbulento sexenio? El Estado prefirió mirar las indicaciones y los lineamientos de la OCDE, quiso aplicar las recetas como si fueran a hacer cualquier platillo de cocina barata, lo estructural y lo coyuntural se confundió en una turbulencia institucional de la cual aún no podemos reponernos.
El Estado también desdibujó la propuesta educativa para los mexicanos y, lo peor, desconfió de la pieza clave del sistema: el magisterio, enviándole a los perros de caza de la evaluación.
Hemos renunciado a todo lo que se había logrado en 80 años de institucionalización del sistema y del servicio educativo, pero no hemos consolidado prácticamente nada, todo ha servido para abrir nuevos horizontes en una transacción que no termina de aclarar cuál es su camino y su destino institucional.
La reforma educativa ha sido realmente laboral y administrativa, que ha dependido de un componente monolítico: la evaluación, no asegura, ni ahora ni en el corto plazo, un tránsito hacia una educación de mejor calidad.
El balance del sexenio peñista en los temas educativos sale reprobado, por la agenda de gobierno, por los procedimientos seguidos y por los resultados a los que se llega, pero, lo más grave de todo ello, es por ese estilo autoritario mediático y de un nivel intelectual tan pobre que los personajes (funcionarios de la SEP), no fueron capaces de convencerse a sí mismos de su proyecto de reforma “estructural”.
Hubo agentes que a modo de títeres o de patiños de este drama/comedia de seis actos (cinco, el sexto fue de calentamiento), se aliaron a la propuesta de papá gobierno. El consejo directivo del INEE (la junta de gobierno) y la cúpula sindical del SNTE, también tuvieron beneficios financieros a cambio del silencio y la complicidad. ¿Quiénes pierden -perdemos- con el fracaso de la reforma educativa del actual sexenio? Perdemos todos los ciudadanos, los usuarios del sistema (niños, niñas y jóvenes), perdemos los educadores, pierde el gobierno la legitimidad en la conducción de los asuntos educativos. Perdemos todos y perdemos mucho porque a cambio, no hay salidas fáciles en el corto plazo.
Me gustaría que comenzaran a generarse textos en torno al balance de un sexenio perdido en educación, de uno más que dejamos pasar y desperdiciar en nuestra historia reciente.

*Doctor en educación. Profesor-investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. mipreynoso@yahoo.com.mx

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